La guarida.
Estás pensativo. El ritmo cardíaco se te ha acelerado. Presientes su llegada. Todo está saliendo como lo planificaste. Acordaste con ella que dejaría la puerta abierta para que no tocaras. Sí, la dejaría abierta.
Observas tu reloj y ves que es la hora acordada, las 5:15 de la mañana. Te sonríes un poco y te dices, - las mujeres -. Vuelves a observar tu reloj, notas que se ha retrasado, pues son las 5:18, te da mala espina, pero no le hace caso a ese presentimiento. Total, no es la primera que llega con unos minutos después a tu guarida.
Sí, a tu guarida. Así le había puesto a la habitación en que vivía. Otros le habían puesto el mar negro, porque todas las que entraban se hundían.
Pero para ti era guarnición, refugio, seguridad. La confirmación de tus instintos de macho dominante. Vuelves a observar tu reloj, las 5:20, te inquietas de nuevo, tu ritmo cardíaco se acelera mucho más. Nunca te ha gustado esta condición. Siempre ha pasado algo cuando te encuentras así. Te relajas un poco, ha escuchado unos pasos que se acercan a tu puerta.
Te tranquilizas. Aunque no suenan los tacos de sus zapatos. Decides acomodarte en la cama para que no te encuentres alterado.
Y…efectivamente, empujan la puerta. Ves una silueta de una persona con un objeto en la mano. Lo levanta en dirección hacia ti. Escuchas cuando dices, -¡Así qué esperaba mi mujer! Quieres brincarle encima, pero un sonido que retumba en la habitación te detiene.
Ya está sumamente relajado, hasta el extremo de no sentir tu corazón.
Sandy Valerio. |