“No sin mi tomateeeeee” fueron las últimas palabras que la mujer pronunció antes de chocar contra el suelo tras su caída (¿voluntaria?) desde el séptimo piso. Entonces comenzaron las preguntas. Se preguntó a todos: vecinos, familia, amigos… pero nadie supo aclarar a la policía porque Marta Puertas hizo lo que hizo. Con lo único que se contaba era con el destrozado cuerpo de Marta, visión algo desagradable puesto que la sangre lo rodeaba dibujando una siniestra figura, y, junto a éste, un brillante tomate, también estrellado, a cuyo alrededor se extendía su jugo, también rojo como la sangre de Marta. ¿Tendrían algo más en común Marta y el tomate?.
La familia de Marta comentó a la policía que hacía como una semana que no sabían de ella. Antes de eso, no habían tenido problemas serios más que las típicas discusiones de una familia de clase media que deja marchar a su hija cuando ésta decide independizarse. Pero, en esa última semana no había habido ni llamadas, ni visitas de su hija.
Los vecinos, por su parte, comentaron, coincidiendo todos, que Marta era una chica alegre y vivaracha, muy cortés, con la que jamás habían tenido un problema. Asistía a las reuniones de comunidad y pagaba el primer día de cada mes. ¿Amigos? Sí, tenía algunos que venían a visitarla de cuando en cuando pero jamás había habido música alta a altas horas de la noche ni cualquier amago de fiesta por el estilo.
Ya sólo quedaba inspeccionar el piso puesto que los testimonios no arrojaban luz sobre el caso. ¿Qué habría sucedido para que esa chica hiciera lo que hizo? En el piso, todo se encontraba muy bien ordenado, se veía que la independencia de Marta no llevaba aparejado el caos propio del recién emancipado. El salón perfecto, las habitaciones y el baño también. Cuando los policías entraron en la cocina, desde donde Marta se había arrojado al vacío, encontraron una nota sobre la mesa que decía así “Estas palabras que a continuación escribiré, deben ser leídas única y exclusivamente por mi familia, al resto de la gente no le incumbe lo que en mi vida, durante la última semana, ocurriera; sé que el suicidio no es una buena salida pero no me queda otra; hay cosas que la sociedad de hoy día, pese a su creciente aperturismo a las novedades, no aceptaría jamás; en mi caso, ese algo por el que no sería aceptada y por el que me vería constantemente como objeto de burla y malas miradas es… mi amor hacia un tomate; hace una semana, en el supermercado, mientras me empleaba a fondo en la compra semanal, vislumbré un ejemplar que se llevó toda mi atención; era más brillante y redondo que el esto de los tomates, su forma y color eran armónicos, perfectos, casi divinos me atrevería a decir. Entonces, algo dentro de mí me gritó “cógelo, es tuyo y de nadie más”, así lo hice. Papá, mamá, sabéis que desde muy pequeña me encantó el tomate, el tomate aliñado, el tomate con carne, el bacalao con tomate…sin embargo, no podía pensar en comerme aquel tomate. Así han pasado los días y veo como ya no es el mismo de antes, lo cuido todo lo que puedo, lo abrillanto, lo protejo de la humedad y de la luz pero mi tomate, mi amor, está cada vez peor. Sé que no comprenderéis el amor entre un humano y una hortaliza, pero os pido si no comprensión, respeto. De esta manera, he tomado la decisión de que acabemos juntos con nuestra vida, la mía sin él ya no tendría sentido. Vuestra hija que os quiere, Marta”.
Los restos de ambos se recogieron y enterraron, cadáver con cadáver en el panteón familiar. La familia y los policías guardaron silencio con respecto a lo sucedido y todos creyeron que Marta, tras haber ingerido un fuerte relajante muscular para aliviar el dolor de cervicales, en un descuido, había caído por la ventana de la cocina mientras se encontraba pelando un tomate.
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