Hoy, al bajar a la ciudad, he decidido sonreírte.

Aunque no estuvieras para mirarme.

Hoy he contado historias de futuro a la llovizna de la tarde.

Y te he sonreído.

Hoy he observado a los caminantes: Hombres y mujeres, señores con bigote, embarazadas, bebes, deportistas, un hombre con su amante, un vagabundo y el chico que no sabe donde ir. Hoy he salido a observar vidas ajenas y te he sonreído.

Hoy he caminado dándome cuenta del caos que existe el la ciudad: Humo, coches, pitidos, gente que grita, gente que se besa, gente que sueña y tiene pesadillas, chicas con grandes bolsas de ropa, gente que espera y gente que se apresura para no hacer esperar a otros. Un caos donde todos evitan tocarse. Tan cercanos y tan distantes.

Una señora, esperando en un semáforo, y sin venir a cuento, ha comenzado ha hablarme de un altercado en una tienda donde un señor gritaba a la dependienta por algo absurdo. Me ha sonreído y me ha dicho adiós. Quizás, en las cuatro horas que he estado dando vueltas, ese ha sido el único acto de humanidad.

Después de eso he seguido caminando. Observando. He entrado en una librería enorme y he salido de ella con un libro en la mano: “Cuentos 1” de E.T.A. Hoffman, que me aconsejó hace tiempo una amiga. Una chica que pasaba se ha quedado mirándome y, cuando pasé a su lado, me ha sonreído y yo, para no ser descortés, te he sonreído a ti.

Aunque no estuvieras para mirarme.

En la mitad de mi trayecto a ninguna parte he decidido que tenías que saber que te he sonreído, al menos cinco veces. He cogido el móvil y he escrito en el: :) y después he pulsado la tecla enviar.

Hoy te he sonreído, desde lejos, simplemente por que me he acordado de ti. De tu risa y tu mirada. Me he acordado de ti sin mayores pretensiones. He recordado tus gestos cuando el frío y el sol no son compatibles.

Hoy te he recordado y, simple y llanamente, he sonreído.