El SECRETO
A nadie le gusta volverse viejo. María del Carmen no fue la excepción.
Lo peor era reconocer que todos nosotros como sociedad, no nos bancamos a los viejos. En algún momento nos molestan con sus olores, con sus
prótesis dentales, con sus incoherencias mentales y mal humor.
María del Carmen ahora lo entendía: los viejos son un espejo en lo que vamos a convertirnos en pocos años.
Sus hijos la mandaron al geriátrico.
- Es por tu bien mamá
-Estoy a pocas cuadras y te voy a visitar todos los días
- Ahí te van a atender como los dioses y cualquier cosa que necesites, tocas este timbre y la llamas a Celina.
Pero a María del Carmen no le gustaba Celina, decía que le cambiaba las pastillas, que no le daba de comer y que por las noches le robaba.
Al principio también pensé que el geriátrico era lo mejor. Venía deambulando entre las casas de sus hijos llevando a cuestas todos sus problemas y su silla de ruedas. Una caída de la escalera antes de cumplir los noventa, le bastó para romperse la cadera.
Cuando la fui a visitar al geriátrico, la vi sola en un rincón, desmejorada. Me avisaron que no comía ni se trataba con los otros viejos, que se caía de la cama por las noches. Nerviosa, tenía esa típica mirada de traste, enojada contra el mundo.
El brazo y la pierna los movía acompasadamente sin poder dominarlos, la piel se le había puesto seca y escamosa, llena de moretones azules de las caídas.
En cuanto llegaba, no parecía reconocerme como su nieto y enseguida preguntaba:
- Cuando viene Alejo a buscarme…
Alejo es mi tío y en conjunto con mi madre Pilar decidieron pagar cada uno el cincuenta por ciento de los gastos de la internación y de los gastos
que ocasionaba la abuela. El dinero no era el problema.
Esa misma noche tomé la decisión de hablar con mi mujer y con mis hijos y les expuse la situación. La idea era traerla a la casa de campo de Mercedes y con los gastos del geriátrico –que no eran pocos- pagarle una señora que la atienda por la noche.
De día la cuidaría mi esposa, que es un sol en la entrega con los demás. De por si se dedicaba a cuidar a los chicos y los menesteres de la granja que no eran poca cosa.
Yo empecé a salir más temprano del negocio y me quedaba casi toda la tarde con ella tratando de recordar viejos tiempos, comiendo un poco de todo lo que le gustaba: pepinitos en vinagre, queso, leberbusch y lomito ahumado.
Veíamos el atardecer y como las gallinas picoteaban el maíz que yo les tiraba alrededor de ella para que se acercaran.
Disfrutaba con los animales acariciando el lomo del ovejero o teniendo a la misha en brazos, que ronroneaba como loca.
En muy pocos días logré que volviera a sonreír y hasta recuperara algo de peso.
No fue la primera ver que intervenía a favor de la salud de la abuela. Ya lo había hecho anteriormente cuando la operaron del intestino delgado o algo por estilo y la internaron en el Hospital Alemán. Ahí también estaba pálida, y parecía que moría. Pero un día, después de terapia la vi bastante lucida, me puse hablar un poco con ella y casi groseramente le dije:
Bueno ¿Qué hacemos abuela te vas a dejar morir o querés vivir?
Quiero vivir, pero bien – me dijo terminante
Le tomé ambas manos, recé un padrenuestro e invoque al Padre Mario Pantaleo, un viejo curita de González Catán que me protege sin que mi razón pueda explicarlo. Le apoyé mi mano sobre la panza y un calor notorio sentí en las palmas y ella también me dijo que lo sentía por el cuerpo. Cuando parecía dormida le di un beso en la frente y le susurre:
Quedate tranquila, Abue, en pocos días vas a estar saltando en una pata.
De ese día recuerdo la sonrisa.
O mucho más atrás cuando me preparaba los escones, o mi postre favorito los knedels. O mas atrás todavía cuando tuvimos que refugiamos en su casa luego de la separación de mi madre. Y fue la que me levantó para ir al colegio y la que me limpiaba la ropa sucia de los partidos.
En Mercedes empezamos a recordar juntos. Dicen que a los viejos hay que incentivarlos mentalmente con recuerdos antiguos, porque lo que falla es la memoria diaria, lo reciente. Un pepinito, un recuerdo. Una fetita de lomito ahumado, una historia. Un pan negro con paté, una sonrisa.
Aunque rozamos el tema nunca quiso contar su gran secreto. Yo ya lo conocía, o creía conocerlo, pero no me parecía bien empujarla a esa edad a ponerse en la defensiva.
María del Carmen recordaba perfectamente a Félix, el carpintero. Lo describía casi fotográficamente, pero por sobre todo resaltaba sus virtudes.
-El mismo que hizo casi todos los muebles de la casa y los reparaba una y otra vez…
-El tipo tenía familia, hijos y su negocio de carpintería a pocas cuadras de la nuestra casa…
-Era un caballero, siempre cuando nos sentábamos a la mesa, me corría el asiento, con tu abuelo podía morirme parada…
-Félix hizo todos los muebles del comedor. De madera buena, no de la porquería que hay ahora…
-Siempre se acordaba de mi cumpleaños, mandaba rosas y regalos en todas las fiestas y venía a pasar los fines de semana a la quinta…
Quedó claro que mi abuelo sabía algo de toda la situación, pero no le incomodaba. De hecho tenía quien arreglara todas las cosas en la casa.
El era todo lo contrario de Félix: chinchudo, poco caballero, un típico europeo que nunca iba a estar del todo a gusto en esta tierra. Su amor por la mecánica lo tenía absorbido en la fábrica entre rodamientos y tornos.
No era mal tipo, laburador, deportista y previsor. Les dejó la tranquilidad de un buen pasar a su esposa y a sus hijos, para varios años.
Y creo que también fue un buen compañero de la abuela, pero no se si llego a quererla. No en los términos de un enamoramiento apasionado.
Luego de haber pasado algunos meses con nosotros y cuando el invierno empezó a hacer estragos en el campo de Mercedes. La abuela tuvo que ser internada y al poco tiempo falleció. Y con ella, se fueron muchas cosas. También su secreto.
Al irse me dejó la enseñanza de que todos somos seres mortales y finitos.
A veces encontramos a alguien para unirnos transitoriamente. A veces, también nos casamos, nos juntamos o simplemente nos encontramos en una carpintería. Pero el dolor de todo amor es siempre lo mismo y consiste en que no podemos unirnos para siempre con esa persona que amamos. Solo vivimos instantes, gloriosos y eternos, pero tarde o temprano siempre volvemos a distanciarnos y a quedarnos a solas con nuestros recuerdos.
Algunos pensaran ahora, que conocen el secreto de la abuela.
Nada de eso.
Son solo hojas desparramadas y fragmentadas de un libro que escribió ella sola y que no quiso compartir.
Y esta bien que así sea.
|