Tenía seis años recién cumplidos cuando me regalaron mi primer libro ; era un ejemplar de tapas duras color rojo,con los cuentos de los hermanos Grimm.A mi hermano Carlos,le tocó uno con cuentos de animales,con tapas marrón claro, que no mereció mi atención por lo desabrido del tono. Los trajo un vendedor callejero en la parte trasera de un camión enorme (así lo ví desde mi estatura.según mi mamá era una camioneta vieja).
Recuerdo estar parada en la vereda de la casa vieja de Adrogué,mirando las pilas de libros,y la emoción enorme que me creció en el pecho mientras estiraba las manos para recibirlo.
Con ese libro conocí la aventura de Caperucita y el Lobo Feroz, la original, donde el cazador le abre la panza al lobo y la abuelita sale entera y limpita de adentro, la otra historia donde la cocinera prepara un pollo y de cada dos vasos de vino que agrega a la receta se toma uno (no recuerdo el nombre de esta última), y otras tantas que me hacían abrir los ojos así de grandes del asombro.
Leí ese libro hasta que se fué deshojando de tanto manoseo,reviviendo con cada lectura el mismo placer,aún conociendo a fondo las vueltas de la trama.
Pasados unos cuantos años, madre ya, con mis bonsai con las mismas inquietudes lectoras que yo, tuve la ocasión de comprar los cuentos nuevamente.
Comprobé con espanto que la abuelita ya no sale de la panza del lobo, no sé tampoco si llega a comerla, si la sacan por cesárea,o de qué manera reemplazaron la parte que más me entusiasmaba de mi historia preferida.
Mis hijos tuvieron la ocasión de revivir la escena verídica de la memoria de su madre,que desafió a los bárbaros con tijeras de podar que los consideraron poco capaces de aceptar la imaginación genial de unos cuenteros irremplazables. |