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Tras varias veces de haber revisado mis bolsillos sin encontrar nada, me puse a revisar debajo de la cama y de los sillones de la sala. Entre los colchones y bajo los muebles del baño. Pero nada, ni una monedita había escapado a mi revisión anterior.
Tras varios meses sin trabajo, por fin me había quedado sin un mísero centavo. Fui al teléfono para llamar a Claudia, pero había olvidado también, que el teléfono no era cosa de a gratis –Lamentamos informarle, querido cliente, que por falta de pago su servicio ha sido cancelado. Le sugerimos (...) – Colgué indignado ante la monótona voz de la grabadora de la compañía de de teléfonos.
Salí de la casa a traspiés, estaba bastante mareado por la ausencia de alimentos de verdad. Levaba ya bastante tiempo comiendo miserias. Llegó un punto en el que había entrado al supermercado para alimentarme de las muestras gratis que ofrecían, pero me habían descubierto y echado, ya me tenían bien fichado. No podía entrar ahora en el supermercado.
Caminé con torpes pasos hasta la puerta de mi vecino. Toqué el timbre y asomó una mujer mayor en bata, flacucha y despeinada. Mi estomago lanzó un furioso rugido y la vecina alzó las cejas mirando la cavidad dónde antes se encontraba mi feliz panza. –Señor Juárez ¿Sigue usted desempleado? –Me dijo la señora en un tono burlón y hostil –Sí señora, no he podido encontrar plazas. Actualmente los jóvenes se llevan todos los empleos disponibles –Le dije –Me parece extraño. ¿No se supone que es usted profecionista? –No quise responder a su estúpida pregunta –¿Se encuentra su esposo? –pregunté tras un silencio en el que mi estómago volvió a insultarme en voz alta –¡Ja! Ni lo piense señor Juárez, no dejaré que mi esposo le de un centavo más hasta que nos pague lo que ya nos debe, o al menos hasta que consiga trabajo. ¡Mírese! ¿Que no puede trabajar en otra cosa? ¡hay muchos empleos allá afuera si usted sale a buscarlos! –Todo es más sencillo desde su perspectiva, señora.–Le dije, y caminé de regreso a casa.
Una vez allí, busque en la cocina. Mi interior se heló y sentí miedo al encontrar vacía la bolsa de arroz que tenía. Ya no había comida. Y tampoco tenía ya ni fuerzas.
Pensé en que lo mejor sería ir a mendigar a la calle. Pero antes debía poder llevarme algo a la boca. Luego de mucho buscar, encontré un salero que tenía un poco de sal. Encendí la estufa a fuego bajísimo, por que mes estaba robando el gas de los vecinos. Coloqué la olla con agua (que por milagro no me habían cortado) y me preparé una deliciosa sopa de sal.

Texto agregado el 18-03-2008, y leído por 180 visitantes. (0 votos)


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