Los niños jugaban alegremente en la playa, corriendo delante de las olas, y luego construyendo enormes montañas de arena que el agua arrastraba en unos minutos ante sus maravillados ojos.
Un par de gaviotas que pasaban por allí bajaron hacia donde se encontraban los niños, estos, se les acercaron y comenzaron a jugar con ellas. Al poco tiempo había una parvada completa de gaviotas jugando con los niños. A veces los elevaban a cuantos metros sobre el piso, ayudándoles a volar, y los depositaban de nuevo, suavemente, sobre la arena.
Esa noche, los niños se disponían a dormir, cuando entró su padre a la habitación –El vendedor, que vive cerca de la playa, me ha contado que los ha visto por la mañana jugar con unas gaviotas allí. –Les dijo. –Y yo también quiero jugar con ellas. Mañana, vuelvan a la playa y tráiganme unas gaviotas a la casa, para poder jugar con ellas.
Al día siguiente los niños volvieron a la playa, impacientes, con las manos listas para capturar algunas gaviotas para su padre. Pero ésta vez, las gaviotas solo los miraron desde muy alto, sin acercarse. |