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Por María Teresa Cayún Verdugo


Son las once y él espera el bus que lo va llevar a ver a esa mujer. Su atuendo en ropas muy sobrias: chaqueta de cuero y un pantalón de vestir negros, lleva dos bolsos y un libro forrado en cuero cafe sin nombre.

La noche esta despejada y tiritan blancos los astros a lo lejos. En el terminal nadie sabía hacia donde se dirigía aquél hombre lleno de misterio. Sólo lo miraban hablando por lo bajo haciendo conjeturas sin fundamento acerca del hombre.

Cuando hizo su aparición el bus todos se subieron y al último él. Camino sin mirar a nadie, todos lo miraban disimuladamente; llevaba un bolso de mano hecho de puro cuero y un libro medianamente grande. Se sentó casi al final del pasillo junto a una joven que no le llamo mayoritariamente su presencia.

La gente comenzaba a dormir profundo pero era demasiada la exaltación para que el hombre copiara la acción de los otros, así que tomó la decisión de ponerse a leer hasta llegar con ella.

Por las callecitas del pueblo va un hombre obscuro que en el lugar es llamado “el hijo de las sombras” por su apariencia lúgubre. Mientras camina comienza a llover, de uno de sus bolsos saca una capa y un sombrero negros, Se mueve bajo la intensa lluvia de Julio.

Con la llave en la mano descorre el cerrojo, bajo la penumbra se encuentra sumido sin embargo el hombre conoce aquella casa a la perfección y coje la vela puesta sobre la mesa en una palmatoria.

A través del umbral de la puerta se logra divisar la silueta de quien observa a una mujer dormida entre sabanas blancas delicadamente. No se atrevió a encender la luz por temor a despertarla de un sueño incandescente cerro suave dirigiéndose a la contigua habitación.

El hombre se despoja de aquellas ropas empapadas y colocándose un pijama seco echa su cuerpo en reposo por la trasnochada noche, Eran las tres y cuarenta y cinco minutos de la madrugada, Ella se vuelve a abrazar la almohada y él duerme tranquilo.


Texto agregado el 18-03-2008, y leído por 75 visitantes. (0 votos)


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