no espero que lo entiendan...
Observando las flores que poco te importan, pensando que no son para ti; oyendo sonidos sobrecargados para poder atraer tu tristeza que no existe y es tan real; sintiendo la brisa que sólo es parte de tu imaginación, aunque quisieras que estuviera ahí, para saber qué se siente en realidad, para dejar de ser hipotético, porque la brisa no significa nada para ti.
Esa es la verdad.
No quieres tener que encontrarlo, te da miedo. Te asusta tu decepción, inevitable decepción, crees. Quien no se arriesga no cruza el puente. Pero no hay puente, ni hay riesgos. No quieres encontrarlo porque no existe, aceptarlo es el primer paso.
Debes crearlo tú. Pero cómo.
No lo sabes. Sabes muchas cosas, pero no las que realmente te interesan. Ese es un problema.
Observando las flores que poco te importan. Sintiendo la brisa inexistente. Oyendo sonidos lastimosos. Ese es otro problema.
Porque las hermosas flores morirán pronto, y no servirán de nada, no a ti; su hermosura es un engaño, sólo las diferencian sus colores, su forma, el resto es todo igual, tú también. Tienes mucho, pero no le sirves a nadie. Eres un engaño, sólo colores distintos, eres igual al resto. Pareces ser diferente, pero estás igualmente vacío, sólo piensas, no actúas. Sólo quieres, no pides, ni haces nada para conseguirlo. No llegará todo a tus manos, no esta vez.
Por eso las flores no tienen tu atención.
Quieres sentir la brisa que no está ahí. Y no significa nada, por mucho que quieras que lo haga, porque lo contrario a una agradable brisa es el desagradable encierro, pero las cosas que uno mismo elige no tienen porqué ser desagradables, ¿o sí? Porque prefieres estar en el pozo, eso ya quedó claro. O quizás no lo prefieras, simplemente no puedes salir. Ni podrás nunca. Definitivamente la brisa tampoco te importa, no tiene significado hipotético, sólo es una palabra bonita. Porque sólo te mientes a ti mismo al hablar sobre un pozo oscuro y frío, ahí has estado toda tu vida, es tu hogar, eres tú, no tienes elección.
Hipotéticamente, es sólo brisa.
No es necesario rodearse de desolación para tenerte lástima. La lástima está siempre latente. La autocompasión es algo que no puedes dejar de lado, te alimenta día a día. Y el odio también, hacia ti. Porque autocrítica es igual a autocompasión y también igual a tu propio odio. Eso es evidente. Por eso esos sonidos sobrecargados no atraen la pena, sólo la despiertan, o quizás sólo la instan a danzar.
Por eso no existen, es tu propia voz.
Porque la felicidad es también una palabra bonita, deseable, pero inalcanzable. La obtienes cuando ríes, cuando te burlas, pero nunca eres feliz por el sólo hecho de vivir ni por poder ver las aves volar, no eres feliz al ver a los árboles mecidos por la brisa ni al oler las fragancias que trae el viento. Tu felicidad es una ilusión, felicidad no es risa, y de todas formas las sonrisas son fáciles de forzar, aunque tus ojos te desmientan.
Pero cómo crearlo. Crear felicidad. Imposible. Quien no se arriesga no cruza el puente, el puente que no hay para cruzar. Cómo hacerlo, si eres incapaz y lo has sido toda tu vida. Esas son cosas que se aprenden a base de errores que no eres capaz de aceptar, que no quieres cometer. Todo se reduce al miedo al rechazo. Igual que el resto de las flores, toda tu vida.
Porque lo que te importa – la gente – es incomprensible, pero lo que no te importa es obvio, burlescamente obvio. Incomprensiblemente te aceptan, y se los perdonas, aunque si fueras otro les advertirías que miraran bien esos ojos que no son fríos, pero sí traicioneros, aunque en realidad esa otra pequeña y asustadiza parte de ti sí lo ha hecho. Y eso está bien, aunque no quieran escucharte, o aunque no puedan entenderte.
Demasiado temprano para despertar y demasiado tarde para dormir, así es. Quizás sería mejor saltar al turbio torrente, pero no quieres hacerlo, guardas la esperanza, de todas formas si te decepcionas, sólo será de ti mismo, el resto no tiene la culpa ni nunca la ha tenido.
No quieres despertar, definitivamente. Siempre has dormido el mismo sueño y sufrido la misma pesadilla en la que sólo estás tú. Pero vas a despertar tarde o temprano, o no, en realidad, vas a despertar cuando tengas que hacerlo. Pero para dormir sí es tarde, y eso de que nunca es tarde para hacer lo que quieres es mentira, porque el tiempo es algo que podemos medir, estudiar, dividir, pero no manejar, porque no lo creamos nosotros. Lo que no creamos no lo manejamos, pero es lo que más nos importa. El tiempo para descansar se acabó, pasaba mientras tú sufrías la pesadilla que te desgastó para siempre, y sabes porqué, porque nunca podrás vivir lo que no viviste, aunque quizás te quede un poco de tiempo, pero ya fue demasiado el perdido, demasiado e irrecuperable. Irremediablemente irrecuperable.
Lo que no creamos no lo manejamos, pero es lo que más nos importa. Eso es verdad, y según eso, tú no vas a crear tu felicidad, pero tampoco podrás manejarla, y quizás se vaya tan rápido e imperceptible como el tiempo, o la lluvia, o el viento. Quizás no los manejamos, pero los explotamos todo lo que podemos, salvo los desastres, inesperados, a los que tememos. El viento y la lluvia se pueden predecir con años de experiencia, los desastres son difíciles de predecir. Por lo tanto hay dos posibilidades: que tu escasa experiencia te impida predecirla, pero sí podrás quizás explotarla y se acabará tarde o temprano; o que en realidad sea un cataclismo inesperado que no podrás manejar ni explotar. Ambas posibilidades parecen no tener un buen final. Aunque tú no estás acostumbrado a los finales felices, así que no importa demasiado, es sólo felicidad.
Sí, suena amargo, pero siempre suenas amargo. Amargura venenosa que corre por tus venas en lugar de sangre. Por que la lengua bípeda sueles esconderla, al igual que tu verdadero rostro, muy amargo, rencoroso, triste o quizás tierno, no sabes cuál de todos escondes más, o cuál es el que llevas en este momento en el que no puede verte nadie aunque los muestras todos.
Lástima por el resto, por los que son inferiores a ti, que son en realidad muy pocos, y por la gran mayoría que camina por sobre tu cabeza, que no logra ver muchas cosas y se subyugan a otros por puro placer. Lástima que sólo te sirve para decirte que hay gente a la que tenerle lástima además de ti, que es sólo una excusa para demostrarte que vales algo, que eres mejor que algunos, aunque caminen por sobre tu cabeza. Son felices porque en realidad no entienden lo que es felicidad, no porque la sientan de verdad. Eso te hace superior, e insignificante.
Las estrellas no te hacen sentir insignificante, tampoco existen, cual la brisa. Son sólo puntos brillantes, quizás pueden ser lindos, pero nada más, ni risas, luces, cirios; puntos que brillan, nada más ni nada menos, no mentías.
Superior a seres que desdeñas, eso no te sirve. Inferior a seres que no conoces realmente, tampoco. Necesitas fronteras más cercanas, para saber si puedes cruzarlas, pero no las tienes, o quizás sí. Es que son fronteras de otros mundos, que puedes ver pero no tocar, por ende, no necesitas saltarlas, las atraviesas, no te sirven para evaluarte. Y no es que estén en otro mundo, es que tú te fuiste de él, en algún momento indeterminado. No, completamente determinado, lo elegiste tú, para no volver… quizás no lo elegiste por completo, pero sí lo elegiste; pero pasó que dejaste el mundo alternativo donde habían más personas que por alguna razón también atravesabas, no pertenecías a él, lo dejaste, pero ya no podías volver atrás, te quedaste entre los mundos sin saber qué hacer, sin tener fronteras que puedas tocar, te quedaste en tu propio mundo, en el que estás ahora, del que quizás salgas algún día, cuando te decidas por uno de los dos que dejaste. No quieres elegir, no quieres, pero sabes que debes hacerlo, porque algunos que han elegido quedarse en medio no han tenido buenos finales, a los que estás acostumbrado. De hecho, esos finales te han tocado en carne propia por el hecho de existir. Has debido cargar con algunas cosas que no te deberían haber tocado, pero tu manto protector no era demasiado fuerte, se rompió y las cargas lo atravesaron, cayendo sobre tu espalda. Cosas que pasan, aunque te hicieron perder ese invaluable e irrecuperable tiempo.
Deberás elegir. No quieres hacerlo, quizás no lo hagas. Estuviste en los dos mundos y ninguno te dio lo que necesitabas, aunque sigues rogándoselo a ambos, a uno más que al otro, o en realidad, ruegas a uno que te dé algo que está en el otro. Es posible, un poco improbable, pero fuera de tu competencia, obviamente.
Eres impaciente, eso influye. Quieres recibir lo que deseas, no lo que te deben dar, eso también influye, porque no siempre recibes lo que te ofrecen, aunque has tomado por eso decisiones equivocadas, de las que te arrepientes, pero no demasiado. Por eso te sugiero que te sientes a esperar y que al mismo tiempo cruces ese puente que te da tanto miedo. Si una no funciona, la otra puede hacerlo, aunque lo más probable es que fallen las dos, como dijimos, estás acostumbrado a los finales desafortunados.
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