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De pie, con la mirada fija en ninguna parte, recordaba. Se volvió y continuó deambulando a solas por el gran salón de su lujosa casa, situada en la zona donde vivían los más adinerados de la ciudad. Lo recorría una y otra vez, lentamente, mirando el suelo y parándose a observar, de vez en cuando, los retratos que colgaban de las paredes. Se detuvo, miró a un lado y se acercó al mueble-bar, repleto de bebidas carísimas y de todo tipo. No era ni mucho menos amante de la bebida, tan sólo estaban allí para ser servidas a las visitas de los importantes banqueros, políticos o empresarios que solían acudir, por negocios algunos, por simple amistad otros o por ambos. Tras un momento de duda, decidió coger un vaso y una de las botellas que tenía más cerca. No tenía costumbre, alguna vez había bebido, pero sí era la primera vez que lo hacía en soledad. Bebió de un trago, cogió la botella, fue hacia el sofá y se sentó. Allí se volvió a servir, una y otra vez, hasta que empezó a nublársele la vista; los ojos se le cerraban. Mientras, en su mente, se mezclaban los recuerdos y lo que el subconsciente y el alcohol le hacían imaginar.

Abrió los ojos. Aún no había amanecido, pero despertó debido al ruido que hacían todos los que dormían a su alrededor. Se levantó y se incorporó rápidamente a la fila que rutinariamente formaban por orden del capataz. Poco después empezaban la marcha hacia la montaña donde se encontraba la mina. El camino, sinuoso y elevado, apenas si contaba con algo de iluminación; aunque eso no importaba, acostumbrados a la oscuridad de las galerías y por el tiempo que llevaban muchos allí, el recorrido se hacía sin incidentes. En la entrada principal recogían uno a uno unas correas con una pequeña linterna que se amarraban al rededor de la cabeza, de forma que la lámpara quedara en su frente. Una vez dentro, los capataces los distribuían arbitrariamente entre los cientos y cientos de metros de galerías y subgalerías. Esta vez le tocó una no muy grande y tan solo comunicada con el resto del entramado minero mediante la más larga de las galerías principales. Habían encontrado una buena beta, pero era muy peligrosa. Muchos habían muerto a causa de los desprendimientos producidos durante su explotación. Entró, como sus compañeros, con miedo y comenzaron a trabajar. Estaban solos, nadie quería permanecer allí, de manera que la guardia se montaba a la entrada de la galería. Al poco tiempo comenzó a caer grava del techo y a sentirse un ligero temblor. Vio como los demás corrían pero el miedo hizo que tardara en reaccionar. Apenas había corrido unos pasos cuando una roca golpeó su cabeza y cayó al suelo sin conocimiento.

Recobró la conciencia. Se echó las manos a la cabeza, le dolía muchísimo. El vaso se había escurrido de su mano y el ruido de su impacto en el suelo haciéndose añicos le había despertado. Los recuerdos le volvieron a la mente. La pérdida de su familia, la ruina de los negocios. Tan solo quería olvidar. De manera que intentó incorporarse, sin embargo sus piernas se doblaron e hincó las rodillas en el suelo. El dolor de cabeza se volvió agudo, punzante, por unos momentos. Esperó el tiempo suficiente hasta encontrarse algo mejor y volvió a intentar ponerse en pie. A duras penas, pero esta vez lo consiguió. Avanzó lentamente casi arrastrando los pies, de nuevo hacia el mueble-bar. Cuando llegó decidió sentarse allí, en el suelo, así no tendría que volver a moverse. Y continuó bebiendo hasta que no le quedaron fuerzas ni para levantar el vaso. Al poco rato, se desplomó.

Abrió los ajos. Estaba en el suelo. No se encontraba con muchas fuerzas, pero logró al menos sentarse. La pequeña lámpara aún funcionaba; eso era lo único que le daba ánimo tras escuchar el angustioso silencio que le rodeaba y observar como, a poca distancia, la galería estaba totalmente taponada. Se puso en pie y se acercó a la pendiente de arena y piedra que ahora unía el techo y el suelo. Sabía que en aquel sitio nadie echaba de menos a nadie. Si quería salir, tendría que ser por sus propio medios. Así que subió hasta el techo e intentó abrirse paso quitando los restos caídos por el derrumbe como pudo.

Parecía una tarea inútil. Una y otra vez, siempre que creía avanzar un poco, nuevamente, más tierra y rocas volvían a caer, deshaciendo todo el trabajo realizado. No sabía cuanto tiempo llevaba allí, pero eso no le importaba, era la única manera de salir. Sin embargo, con el último desprendimiento, cayó y rodó hasta volver a caer al suelo de la galería, cerca del sitio donde había recobrado el conocimiento. Presa del agotamiento, creyó perder la esperanza. El cansancio por el trabajo infructuoso, la herida en la cabeza y el desánimo que comenzaba a aparecer le hicieron desistir de cualquier intento de moverse y cerró los ojos.

Cuando se encontró mejor pudo levantarse normalmente; era una rara sensación. No sentía náuseas, ni mareos, ni apreciaba ningún otro síntoma de la borrachera, era como si no hubiera bebido. Es más, notaba una extraña sensación de tranquilidad, serenidad, relajación. Parecía como si estuviera a punto de levitar. Se miró las manos y vio, con asombro pero sin preocupación, como los dedos empezaban a vaporizarse, a consumirse e ir desapareciendo poco a poco para después continuar por el resto de la mano. Pero no eran las únicas partes del cuerpo que sufrían esta transformación; todo su organismo realizaba el mismo proceso. Mientras las ropas iban deslizándose, cayendo, poco a poco, hasta caer al suelo vacías.

Despertó. Su cuerpo se sentía con más fuerzas, pero con una gran desazón. No comprendía por qué soñaba con todo aquel lujo que no ansiaba y que sabía que jamás iba a alcanzar, pero estaba completamente seguro de algo, no quería resignarse, no quería desaparecer. Volvió a mirar al montículo que lo encerraba. Reunió el ánimo suficiente para encaminase de nuevo a lo alto de la cuesta y reanudar su tarea. Esta vez parecía que el esfuerzo no era en vano, ya podía colarse completamente por el estrecho túnel por el que intentaba salir de allí. Cuando hubo avanzado un poco más sintió como el techo del túnel se le venía encima. Se sobresaltó, sabía que no tenía tiempo suficiente para retroceder y salir. Pensó que sería su fin. Pero no fue así. Aunque su cuerpo estaba casi enterrado por la tierra y algunas piedras pudo levantarse. Entonces vio como el túnel que estaba construyendo pasaba justo por debajo de un espacio vacío, un hueco. Pensó que aquel lugar donde se encontraba ahora era la oquedad que había dejado todo lo que se había desprendido.

Con la galería sellada y el túnel destruido, aquella especie de cueva era una nueva prisión. Intentó acercarse a una de sus paredes, pero cuando estaba cerca de una de ellas se detuvo. La luz que llevaba amarrada a la frente comenzó a parpadear, daba síntomas de estar a punto de apagarse. Después de tanto esfuerzo, se negaba a aceptar su encierro a oscuras, le dominó la cólera de la impotencia, se agachó, cogió una de las piedras más grandes que se encontraban a su alrededor y la lanzó con furia contra la pared mientras gritaba. La linterna se apagó. A oscuras, se arrodilló en el suelo presa de la desesperación. Sin embargo, escuchó un gran ruido justo delante, a poca distancia. Se echó rápidamente hacia atrás y una parte de la pared cayó dejando un pequeño hueco por donde entraba luz. De inmediato, se levantó, corrió hacia el agujero y comenzó a agrandarlo hasta que fue lo suficientemente grande como para meterse por él. Al fin salió. El sol le cegaba, pero no importaba. Respiró hondo. Lentamente fue acostumbrándose a la luz que le rodeaba y pudo abrir los ojos por completo. Se encontraba en el lado opuesto de la montaña de donde estaba la entrada de la mina. Consciente de que todos creerían que había muerto, si es que eso a alguien de donde había salido le importaba, miró a su alrededor y empezó a caminar ladera abajo.

Texto agregado el 17-03-2008, y leído por 278 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
24-06-2008 me ha encantado...besote almaguerrera
15-06-2008 Me gustò. doctora
17-03-2008 una mina de oro donde falto el oro rodeadodemalosescrotores
 
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