Cuando viajábamos en ese camión no me daba cuenta de que la situación en que nos encontrábamos era caótica. Papá iba adelante con el chofer. No se escuchaba su voz, pero sí se podía divisar las gesticulaciones en su cara. Para nosotros, ese día era una salida relámpago, recuerdo que fue en una inundación. El repunte había tomado todo el campo y mamá estaba muy enferma. Entre apurones ese día sólo salimos con lo puesto, yo era la menor de los cinco. Era demasiado chica para entender las circunstancias de aquella catástrofe. Recuerdo que entre los sacudones de ese camión por las huellas de esos caminos, llenas de agua, que nos alejaba del campo que era nuestro hogar, entre risas y saltos, empapados por una garúa de lluvia finita, podíamos ver como los animales formaban largas colas buscando campos altos, y como los terneros iban muriendo. Fue en ese momento que nos dimos cuenta. No íbamos a casa de la tía, sino a Gualeguaychú. Para mí fue raro volver a esta ciudad, era la segunda vez que la visitaba. Estaba oscuro cuando llegamos a una casa en donde nos dieron ropas y comida. Dormimos en dos colchones porque caímos de sorpresa. Papá siguió con el camionero para llevar a mamá a un hospital, regresó al otro día. Para entonces estábamos esperándolo todos sentados en una mesa. Papá no era de hablar mucho. En su rostro se podía ver la tristeza. Sobre todo en sus ojos. En un momento dado la señora de esa casa le dio un mate y con su mano acarició su espalda. Bajó la mirada al piso y balbució unas frases de interminables palabras. Yo me reía cuando mi hermano golpeaba con su pierna mi rodilla y me decía: - está rezando, está rezando. Papá dejó el mate, levantó la vista y luego me miró. Tenía una mirada brillante y húmeda. Me tomó de la mano y nos fuimos solos los dos, yo muy tímida le pregunte: ¿y mami donde está? Él no me contestó. Después de caminar un largo trecho llegamos a una casa de dos pisos, tenía un patio muy grande, muchos árboles frutales y otros. La sombra cubría todo su frente y se podía sentir el piso húmedo. Nos acercamos a la puerta con pasos lentos y casi torpes, allí nos esperaba una señora con una vestimenta blanca y un pañuelo azul en su cabeza. Dijo ella hacerse llamar la hermana no sé qué y nos mostró las instalaciones. Había muchas nenas, todas nos miraban, nos seguían y murmuraban. Papá me llevó afuera y me dijo que tenía que irse y que prontito me vendría a buscar. Yo rompí el silencio en un llanto y sentí que se me partía el corazón. Tal vez por mi edad no entendía los problemas económicos, pero sí supe que mi familia se separaba. Gritaba abrazando su pierna y pidiendo que no me deje, que no tenía que dejarme en ese momento. En un grito desgarrador y sin dejarlo caminar me aferré a sus piernas. Sólo podía ver el ala de su sombrero. Él jamás bajó la vista. Luego dos mujeres me tomaron en sus brazos. Yo estiraba mi pequeña manito hacia él. Pude ver como se retiraba, ya no era ese hombre alto de espalda ancha, de mirada seria y hosca, apenas era una desdichada sombra, pero yo aún lo quería...
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