El sol se desangra lentamente,
tiñendo el atardecer de rojo,
derramando en cada gota. su majestuosidad,
y al morir, se esfumó en una oscuridad melancólica.
No bastaron los algodones nubosos,
para detener semejante hemorragia,
ni que la luna se encendiera,
para comenzar su búsqueda en la tierra.
Así se extinguió aquella tarde,
dejándome en el vació de su abundancia,
intentando recrear semejante imagen,
para guardarla, junto a mis tesoros.
Aún así, de nada sirvió,
basto que se me escapase otra lágrima,
para dejar grabado en la arena,
lo arrepentido que estaba.
Otra vez, no alcanzaron las palabras,
no me alcanzo el tiempo,
no me sobro el valor,
para disfrutar de mi ciudad. |