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ELLA, la cautiva.
……..Y con la fuerza que solo la ira implacable genera penetró el frio hierro forjado su pecho.
En sus ojos el sueño luchaba para no abandonar sus terruños, la mañana despertaba simple y vulgar.
Ella sabía que al despertar ingresaría nuevamente a su inmunda realidad. La vida, el destino o ambos le habían acorralado en el mundo de locura que habitaba su mente, como un parásito que sólo cuando despoja del último aliento de existencia a su víctima cesa su despiadada acción.
Pero a diferencia de las corrientes privaciones del juicio, la locura de ella sólo era conocida por ella misma. Sólo ella era consciente de sus demonios, el mundo, no su mundo, era ignorante de su perturbada mente.
Las voces de los salvajes le anunciaban que la indiada retornaba de asaltar con sus lanzas el fortín más cercano. Los rituales primitivos eran preámbulo de sus sanguinarias acciones. En esos parajes ausentes de prácticas cristianas sólo existía la ley de la barbarie. Esa barbarie que la desgarró hace ya mucho tiempo de los brazos de su madre agonizante. Y así dejó de ser quien era y debía ser, para transformarla en esa cosa llamada cautiva.
En realidad sólo existía su carne llevada a la mínima expresión de humanidad, su verdadero ser agonizaba entre vagos recuerdos. Sólo un consecuente y caprichoso instinto de supervivencia le hacía latir un corazón consagrado obligatoriamente al sufrimiento.
Aquella mañana que había despertado simple y vulgar se volvió extraordinaria, se transformó en todas las mañanas, en todos los días, en toda una vida. Y aquel momento fue el momento que le marcaría el final de su destino. Levantó la mirada de sus ojos perdidos y encontró aquella niña que el malón trajo como trofeo de sus andanzas, enrollada en sí misma y en su llanto.
Al verla una briza de juicio le recorrió la mente y despertó en ella la necesidad de protegerla. Un enredo de instinto maternal y humanidad, un sentimiento perdido reencontrado, una razón, un pequeño resquicio de lucidez. La miro y se vio a ella en el pasado y predijo su obvio futuro. Fue entonces que decidió que podía cambiar sus destinos.
Se arrastraron por los pajonales, el alcohol perturbaba los sentidos de sus opresores que poco a poco dejaban de escucharse, la esperanza crecía por cada metro que se alejaban. Pero la confianza no podía crecer mucho en esas pampas abandonadas por Cristo. Uno de ésos la encontró. Un rebencazo le laceró la espalda y la esperanza. Un golpe las separó, el maldito tomó a la niña por sus cabellos y la degolló en un instante.
Aquella briza de juicio, aquel enredo, aquel pequeño resquicio de lucidez se convirtió en furia.
Se acercó al indio como alma en pena y con sus últimas fuerzas clavó sus escuálidos dedos en la profundidad de los ojos del salvaje hasta desgarrarlos totalmente, le arrebato el facón y con la fuerza que solo la ira implacable genera penetró el frio hierro forjado su propio pecho.

Texto agregado el 15-03-2008, y leído por 150 visitantes. (0 votos)


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