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Una tarde de domingo del mes de Agosto, el llamado Andrés de casa Francisco, decidió asistir a una sesión de cine. Su esposa no quiso acompañarle, pues la película que pasaban, Tiempos modernos creo, protagonizada por el famoso Charlot, no le gustaba. Ella prefería cintas de amor del estilo de Lo que el viento se llevó o Mogambo, donde como manifestó, salía Gable. Marchó Andrés solo, ajustando la puerta al salir a la calle, sin llegar a cerrarla, por lo cual la hoja inferior, permaneció parcialmente abierta.
Abajo, en la parte inferior de la casa, el asno al que llamaban Matraca, rumiaba su dulce soledad en la reducida cuadra. Tratando de huir del tedio dominguero, enfiló por la rampa colmada de paja, hasta la puerta de entrada para observar la calle, como hacen los caballos en sus respectivos boxes, aunque con la cabeza agachada claro.
En tanto que la esposa de Andrés, inmersa en la tranquilidad del hogar en ello trajinaba, el borrico, consiguió abrir la parte inferior de la pesada puerta. Salió a la calle con las orejas bajas y, sintiéndose libre, soltó una coz al aire a modo de celebración de su muy deseada e inesperada libertad para seguir trotando sobre el escaso asfalto, por el centro del pueblo, en dirección a la húmeda frescura de los huertos más cercanos.
Una nube de verano, a media tarde, descargó una lluvia caliente con tanta violencia que, la dueña del inquieto pollino al sentir el fuerte remojón, descubrió la puerta medio abierta del húmedo exterior. La cerró con la sospecha de que el animal había huido, cosa que comprobó al bajar a la cuadra.
Anochecía cuando en la sala del cine, interrumpiendo la sesión ,no sin un fuerte abucheo, llamaron al ya citado Andrés, de parte de su esposa. Este que ya se temía algo, salió inmediatamente en busca del solípedo seguro de encontrarlo en su retozo, en la zona de los huertos. Hasta la parte alta, donde tras los muros del cementerio, laboraba otro hortelano, siguió Andrés las huellas de su asno.
Una penumbra incipiente se cernía sobre el alejado y muy silencioso lugar. La puerta herrumbrosa permanecía extrañamente abierta. Las huellas se adentraban en el destechado Campo Santo. Allí estaba el Matraca confundida su sombra en medio de los troncos de los altivos y centenarios cipreses, mordisqueando hierbas de flores y cortezas.
Del suelo, tomó Andrés una raíz cimbreante, para azuzar al asnado, el cual trató de huir hasta encontrar la salida del tranquilo recinto, saltando y rebotando sobre la fina arena alfombra de los pasos del jardín.
Detrás del recio muro, detenía la azada el activo hortelano, sin poder contener el intenso escalofrío que le producía el fragor de la oscura batalla; huyendo estremecido, salió a la carretera.
De repente, de forma súbita, en el justo momento de la fuga del furioso” Platero,” salió tras ambos enfurecido, el dueño del Matraca.
...¡ Cógelo ¡ ¡Cógelo ¡- cógelo – gritaba...
El hortelano, que no veía y - menos entendía nada – oía solamente el apocalíptico galopar, como detrás de él, sin acertar a detener su alocada carrera.
Cuentan los lugareños que, el susto todavía le dura Que su débil corazón, después de muchos años, se mueve con arritmias sofocantes
Bien cierto. Igual me pasó a mí por el atracón de tanto gerundio en movimiento.

Robert Bores Luís
PdA 9-10-97

Texto agregado el 15-03-2008, y leído por 87 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-03-2008 no se si son los burros o quienes se sienten atraidos por su personalidad pero todos los cuentos de burros son lindos patriciowk
 
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