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Inicio / Cuenteros Locales / robertbores / ATANÁS LEFIEUR, MINERO

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Escondido en el negro fondo de la galería, con la jaula del canario colgada de una saliente astilla de carbón, encendió un cigarrillo. Fumar en esa situación consistía en transgredir la absoluta prohibición de hacerlo. Desobedecer la norma establecida por la dirección de la empresa minera, y sobre todo, contravenir las normas.
A seiscientos metros de profundidad, la propia prohibición, incitaba a ser cumplida. Además, en aquel nivel, nadie más que el minero Arnada, era capaz de fumar hasta llegar a horadar la tierra, hasta el fondo del mismísimo infierno.
El martillo perforador era su pluma . Con el había escrito la historia de su vida. No estaba dispuesto, luego de tantos años, a privarse del placer de fumar a pesar de la posibilidad de contraer al mismo tiempo, una enfermedad como la silicosis. Mucho más arriba vivía gente que no fumaba y tosía que se las pelaba – se decía con harta suficiencia.- Por encima de todo, ya no le quedaban caprichos, ni deseos, ni necesidades; la jubilación y basta. Su familia había emigrado, seguía soltero, y se encontraba bien cómodo. Un poco sordo eso sí, pero era una ventaja puesto que, la sordera amortiguaba el estruendo del martillo, el estallido del carbón al desprenderse del techo de la negra galería, la murga inacabable de su propio cerebro.
Perdía la noción del tiempo, eso era bien cierto, sin llegar a conocer si era de día o de noche. Y una noche, o una madrugada, a pocos metros de donde perforaba, entre las sombras y el denso polvo, vislumbró a otro compañero.
Sorprendido por esa extraña visión, y teniendo en cuenta que siempre trabajaba solo, luego de detener el martillo, se acercó al lugar en donde seguía gesticulando el otro. Siguió por el fondo de la galería, alzando la cabeza para que la linterna del casco alargara la visión, sin ver a nadie. Nada, huellas sobre el polvo negro, ninguna.
Al termino de la jornada, volviendo a la superficie entre los compañeros del montacargas, se atrevió a preguntar quién había bajado hasta su cota. Ahí abajo trabajas tu solo, le contestaron...
La jornada del día siguiente transcurrió normalmente. El seguía controlando las horas en el reloj, pues la visión del día anterior, o de la noche, se había producido a las dos horas. Las luces, como luciérnagas de cristal, brillaron avisando el final de la jornada e inesperadamente lo vio de nuevo, entre el polvo; alto, fuerte, puntiagudo y ágil
Retornó a la mina, por tercera vez esta semana, con la firme intención de descubrir al compañero que le disputaba su cota, su nivel, su galería. Entre el polvoroso martillo neumático y el humo del cigarro, volvió a ver la sombra. Corrió hasta el fondo de la estrecha galería, sin ver nada, otra vez nada. Excepto una hoja de amarillento papel, descendiendo del techo en un alabeo suave. La recogió, la leyó...y decía: Instituto Universal de Sicología Ultragénica –Real Facultad de Nefrín- Se concede al Dr. Atanás Lefieur...el título de...
Sorprendido, creyó necesario preguntarse cómo aquel viejísimo certificado, había llegado hasta la mina, hasta su misma galería. Después de regresar a la posición del pesado martillo, la hoja, la guardo en un bolsillo. No estaba equivocado, alguien rondaba por su entorno. Lo que tenía bien claro era que, aquel minero fantasma, no conseguiría reírse del valeroso y reconocido Arnada., el reconocido como el más duro, el toro elefante fumador.
Al terminó de la jornada, justo al abandonar el elevador , le llamaron:
.---Arnada ¡- por favor.
.---Dígame..
---¿Qué está pasando allí abajo? Le advierto que su producción está bajando
---¿Tiene problemas?
----En absoluto, estoy bien...
----Seguro?- preguntó el facultativo
----Seguro. No me asusto fácilmente
----¿Por qué tendría que asustarse?
----No, por nada.
----No pierda el tiempo Arnada...
----No señor, no lo perderé
Los compañeros le miraron sorprendidos. ¿Sabían ellos algo de lo ocurrido allí abajo?-llegó a preguntarse Arnada.
De nuevo en la galería, por cuarta vez, en un segundo, en el estrecho arco, se reflejó la sombra, en el fondo cercano e inescrutable. Arnada detuvo el martillo para llevarlo a un recodo lejos de la visión del supuesto compañero. Accionó de nuevo el pesado artilugio el cual retronó en el suelo, en un recodo lejos de la visión del supuesto espía. El repicar resonó expandido, apagó la linterna del casco, y rozando la pared de carbón se acercó a la continuación de la cueva, despacio, muy despacio, como una mosca sin peso. ¡Azufre ¡ ¡Huele a azufre!-gritó.
Con el casco entre las manos encendió la linterna. Vano intento. El desconocido, los esperaba sentado, inmerso en la oscuridad. Y, sonriente, encendió su linterna.
---Pasa, pasa Arnada, - como estás.
----Tú me conoces-habló Arnada.
----Todos te conocemos, en la mina.
----Tu trabajas aquí ?- le preguntó Arnada.
----Casi toda la vida, Toro.
----Pues no te había visto nunca.
----Pues llevo treinta años a tu lado...
----Treinta años. No serás, Atanás Lefieur ?
----Justo, Toro. Ese soy yo.
----Toma –respondió Arnada-alargando la hoja amarilla. Es tuya.
----Si. La perdí hace dos meses en el segundo nivel.
----En el segundo nivel.¡ En el del accidente !
----Si, ya te lo he dicho- respondió inalterable-
----Maldito Lefieur- dijo riendo-ya me parecía a mi que eras un rondador de mierda.
----Venga, vamos -respondió Lefieur- preso de un súbito cabreo. La galería se va a hundir.
----Vámos- se mofó el toro – Ha llegado mi jubilación ¡ Será por diablos ¡
La jaula del canario, colgada de una saliente astilla de carbón, osciló lentamente. La mezcla de metano y aire explotó. Arnada se equivocaba. Lefieur era quien olía a azufre; no a grisú.


Robert Bores Luís
PdeA.6-12-1996

Texto agregado el 15-03-2008, y leído por 87 visitantes. (0 votos)


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