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Historia de La Huerta Cigarra

Abuelo, ¿a dónde van las gallinas cuando se mueren?
Miguel movía con una ramita de granado el agua de la vieja bañera que su abuelo había rescatado de una escombrera para lavar en ella los cardillos, las tagarninas o las acelgas que su pequeña huerta le ofrecía. La imagen del abuelo, reflejada en el agua del baño, se movía al son de las pequeñas olitas que Miguel provocaba. Su rostro, marcado por amplios surcos, fruto de tantas horas bajo el sol, se perfilaba nítidamente a pesar de la turbiedad del agua, su mirada era tierna y calida, ¡cuántas tardes había pasado jugando en el patio de la casa con él, riendo y contándole historias!, aun podía sentir el roce de su mano áspera y grande en su carita.
Pues, adónde han de ir sino al lugar de donde han venido.
Y ¿dónde está ese lugar, abuelo?
¿Sabes? Esa misma pregunta se la hice yo a mi padre cuando tenía tu edad, y él me contó lo que le pasó aquí, en la huerta, cuando era niño. Verás. Todo ocurrió un día de agosto, mi padre estaba cogiendo higos para llevarlos al palenque…
¿Qué es el palenque, abuelo?
Pues donde se llevan las frutas, las verduras..., allí se subastan para que los tenderos, cada día, las vendan a las mujeres del pueblo. Bueno, como te iba diciendo, mi padre, después de almorzar se fue a la entrada de la cueva que hay ahí arriba, buscando el fresquito para dar una cabezadita.
¿Esa es la cueva donde entró un cochino y ya no volvió a salir?
Eso dicen, Miguel. Pero mi padre se sentó en la sombrita de la entrada y al poco escuchó unas voces que salían del interior de la cueva. Sorprendido, pero curioso, se adentró unos metros por una pequeña galería que, más adelante, se abría en una especie de habitación amplía y allí, pudo contemplar, boquiabierto, como dos perros mantenían una conversación sentados ante una mesa. Pero no sólo estaban los perros, allí había cerdos, pollos y que sé yo cuántos animales, todos ellos hablando unos con otros.
y entonces ¿Qué hizo tu padre?
Verás, mi padre permaneció escondido detrás de una gran roca que había junto a la entrada de la galería y pudo oír claramente lo que hablaban los dos perros, que eran los que se encontraban más cerca de la entrada. Justo en el momento en que uno de los dos perros se levantó, mi padre salió corriendo hacia la salida y no paró de correr hasta que llegó a su casa, donde, casi sin aliento, se encerró en su habitación. Cuando se tranquilizó un poco, decidió escribir en su cuaderno todo cuanto había escuchado en la cueva para no olvidar ningún detalle. Aunque, como aun no sabía bien redactar eso que llaman estilo indirecto, en su cuaderno, tuvo que señalar qué perro hablaba en cada momento por el nombre de cada uno, según había oído que se llamaban entre ellos, Esperanza y Ramón, sí, porque uno era hembra y el otro macho. Así, una vez que hubo terminado de escribir la historia que les había oído, se salió al zaguán de la casa a esperar impaciente que volviera su padre del trabajo.
Al poco, le vio volver la esquina con el bolso de la vianda colgado al hombro, un bolso azul marino que tenia escrito en letras grandes, Renfe, como si cada mañana en vez de ir a trabajar fuera a tomar un tren fantástico que le traería de vuelta inexorablemente al final de la tarde. Nada más llegar, mi padre le contó a mi abuelo lo que le había ocurrido en la cueva esa tarde y le ofreció su cuadernillo para que pudiera leer lo que los perros dijeron. Los nervios le impidieron observar la delicada sonrisa que se dibujaba en el rostro cansado de su padre mientras tomaba la cucharilla con la que había de mover el café, tampoco se le pasó por su cabeza que aquello que él había escrito era tan increíble que su padre se reiría de sus tonterías. Pero no, su padre con mucha calma tomo el cuadernillo y comenzó a leer la historia de Esperanza y Ramón.

Esperanza: ¿Cuánto tiempo hace que escapamos de aquel laboratorio de experimentos, Ramón?, ya casi ni recuerdo como era nuestra vida antes de poseer el don del habla y el entendimiento. En todos estos años he pensado mucho en cómo hubiera sido nuestra vida de no haber decidido huir, ahora, tú y yo estaríamos seguramente muertos. Imagínate lo que hubieran hecho con nosotros aquellos investigadores cuando hubieran descubierto nuestras verdaderas capacidades.
Ramón: Ciertamente, Esperanza, el currículum de nuestras vidas hubiera sido muy distinto, la escapada a la libertad me ha proporcionado un conocimiento del mundo excepcional, he viajado por muchos lugares y conocido a muchas gentes, pero, cuéntame, tú, en este tiempo, ¿has sido feliz?
Esperanza: Verás, tras el pánico que pasé en la carretera, cualquier cosa puede llamarse felicidad, pero, de todas formas no puedo quejarme, porque, tras llegar a esta ciudad, me recogió un buen hombre, un sacerdote, con él he conseguido vivir plácidamente y cultivar mi espíritu.
Ramón; ¿compartiste sus creencias religiosas?
Esperanza: No, no. Verás, este amo era una cura obrero, como le solían llamar algunos de los que le visitaban, trabajaba en unos astilleros, se supone que predicando sus doctrinas religiosas entre los otros trabajadores, aunque yo creo que más bien hacía labores sindicales. Lo cierto es que recibía visitas en su casa y yo permanecía por allí como testigo mudo de sus enseñanzas religiosas. Su fe era fuerte, y sabía transmitir tal energía a los que le oían que salían de allí extasiados de amor a la religión y plenos de fuerza vital. Sin embargo, cuando me quedaba a solas con él, se transformaba en un hombre débil, temeroso y con profundas crisis de fe. Por las noches, lloraba en la soledad de su habitación lamentando una vida sin esposa, sin hijos. No es que estuviera a disgusto con su vida pero sabía que el vacío de su alma tal vez lo hubiera llenado una familia. La noche era el peor momento, era la hora de sus sueños y no eran precisamente idílicos, entre sueño y vigilia se le aparecían monstruos a los que hablaba y suplicaba una explicación. Su obsesión era conocer qué hay tras la muerte. Supongo que la confirmación de que su fe era incierta y que su vida de soledad y sacrificio iba a ser en vano, le martirizaba.
Ramón: Los seres humanos son tan inexplicables…, una vida entera malgastada o mal vivida por una creencia tan extraña como increíble, y siempre huyendo de la realidad y de lo que realmente les requiere su ser interior. Bueno, ¿quién puede comprender las decisiones de estos seres tan primarios?, Pero a ver, Esperanza, ¿qué eso de que creciste tanto con este hombre tan inconstante?
Esperanza; Mi amo era un lector empedernido, compraba las últimas novedades literarias, incluso había veces que sin saber que yo podía entenderle me ofrecía alguna crítica de las obras; “Esperanza, tú eres feliz con tu vida indolente, sin cuestionarte tu existencia, solo vivir, vivir.... Si no fuera por los libros, el vacío se apoderaría de mi espíritu, gracias a ellos puedo abandonar esta vida mía durante unas horas y entrar en el alma de otros seres, para ser ellos y vivir su vida de aventuras y de pasiones. Sin embargo, querida Esperanza, cada vez es más difícil que una novela me haga temblar de emoción y logre llevarme a su mundo irreal de una manera plena. Ahora, a los escritores les mueven otros intereses más comerciales y sus obras están mediatizadas por el cine o la televisión. Todas obedecen a la misma estructura y se vuelcan en la apoteosis final, olvidando que en el cuerpo de la narración está el verdadero deleite. Bueno, al menos siempre nos quedarán los clásicos! ¿Verdad, Esperanza?” Yo, por mi parte, mientras trabajaba o se dedicaba a sus menesteres religiosos, me entretenía leyendo las novelas que él traía a casa, comprendía sus críticas, pero, al fin y al cabo, yo disfrutaba tanto con esa intrahistoria que se resbalaba de cada una de ellas que, cuanto más conocía del ser humano, más sorprendente y atractivo me parecía.
Ramón. Pero si tan bien estabas con él ¿por qué lo dejaste? ¿Es que habías aprendido tanto que necesitabas acceder a un nivel superior de sabiduría?
Esperanza. Querido Ramón, yo no le dejé, sucedió que una noche, tras una de sus crisis de fe se quedó dormido. Yo estaba muy nerviosa, presentía que algo ocurriría cuando llegaran las sombras de la oscuridad. Los monstruos de sus sueños, esos que entraban y salían de su mente, se hicieron realidad. Vino a visitarle el ser que viene a llevarse las almas de los humanos, se acercó lentamente desde la ventana hacia su cama, paso a paso, con la parsimonia que da el saber que tienes tu presa segura, que no escapará. Fue extendiendo su largo y menudo brazo. Yo, lo presenciaba todo desde mi rincón, tendida en mi mantita, el miedo invadió también mi ser, observando como el ente despedía su luz blanquiazul, tan fría como mi miedo. El sacerdote se levantó a recibirla, su mirada aterrada escondía cierta satisfacción, al fin encontraba la respuesta a tantos desvelos. Sus manos se unieron en un silencio profundo que suavemente se deshizo por toda la habitación. Ambos, él y ella, abrazados a la eternidad, se acercaron al espejo de la comodita y penetraron en su interior fundiéndose en un solo ser. El cuerpo de mi amigo quedó inerte sobre la cama, en su mano, el ente, había marcado unos signos que yo pude leer y que se borraron rápidamente. Eran la respuesta que tanto había ansiado mi amo y que solo conoció al final, cuando ya nada podía cambiar su vida.
Ramón. Por Dios, Esperanza ¡qué historia! se me pone el rabito entre las piernas de susto. Pero, dime ¿qué había escrito en la mano del pobre cura?
Esperanza. En su mano aparecía, como cuando se marca una res de ganado, una frase sentenciosa “en el espejo encontraras la puerta de retorno a la vida que estas viviendo y que está escrita”. Yo he pensado mucho en el significado de estas palabras y la conclusión a la que he llegado, sin querer ser pretenciosa, es que nuestro aquí y ahora pertenece a una historia que alguien está escribiendo, que a su vez pertenece a otra historia más grande que se conecta con esta a través del espejo, esa sería la vida eterna, donde los personajes viven por siempre en la mente de su creador.
Ramón. ¿y tú que crees, que nosotros también pertenecemos a esa historia? Ten en cuenta que solo somos animales dotados de entendimiento y que, tal vez, ese solo sea el paraíso de los seres humanos.
Esperanza. Estoy segura de que nosotros, al igual que todos los seres tenemos nuestra pequeña historia y algún día cruzaremos el espejo para entrar en la gran vida que estamos viviendo y que esta escrita.

Cuando mi abuelo hubo terminado de leer aquello que había escrito mi padre, se quedó pensativo durante unos instantes. Mi adolescente padre lo observaba expectante, alguna mueca en la cara, algún signo de que de verdad creía lo que había leído, algo que pudiera demostrar que lo que él había vivido no era una locura infantil.
Verás, hijo mío, cuando yo tenía más o menos tu edad, una tarde de tormentas me refugié en esa misma cueva y, mientras esperaba que escampara, empecé a oír voces que venían de dentro, hice lo mismo que tú, acercarme a ver quién desde dentro murmuraba. Y pude ver algo parecido a lo que tú has escrito, allí había animales hablando entre si, aunque no eran perros ¿por qué crees que le puse a nuestro campo huerta de la cigarra?, sin embargo, querido hijo, yo no tuve valor de escribirlo y menos aun de contárselo a alguien. Figúrate, ¿quién creería a alguien como yo? Ahora, en cierto modo, me arrepiento de no haberlo hecho, pero realmente, ha sido mejor olvidar aquel asunto que tanto me preocupó en su día. Y tú, tú, hoy, deberías hacer lo mismo, olvidar, o imaginar que todo ha sido un cuento, o mejor aun, el sueño febril de una noche de tormentas. Sí, eso será lo mejor, hijo.
¡Miguel! ¿Qué haces ahí hablando solo? Anda vente ya a merendar.
Ya voy papá, estaba jugando con el agua.
Miguel levantó la mirada al horizonte, los rayos del sol perfilaban levemente el contorno de los montículos que ocultaban el mar a los ojos del tierno niño, un mar misterioso en la lontananza cuyo reflejo le traía imágenes de ciudades encantadas, de barcos de piratas o capitanes intrépidos en lucha constante contra gigantescas ballenas blancas. Se dirigió pausadamente hacia la casa en donde le esperaba su bocadillo y derramó una última mirada hacia el gallinero. Después bajará mi padre a ponerles comida, se va a hacer pronto de noche y mañana hay colegio y aun me queda tarea por hacer y no tengo ganas, pero, si la acabo pronto podré sentarme a ver Curro Jiménez.


Texto agregado el 15-03-2008, y leído por 191 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-04-2014 Un relato muy bueno. Fluyen las palabras con espontaneidad, y su lectura se sigue con avidez. Me gustó mucho. :) Isa-bell
15-03-2008 exitos, sigue escribiendo, saludos, sta buena cpimecuentos
 
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