Ella se despertó, palpo lo que quedaba de cama a su lado, esperando tocar el pecho velludo de algún chabon, necesitaba una caricia ahora más que nunca. Cuando recobro enteramente el entendimiento, supo que estaba sola en medio de la habitación, y que el sol que entraba por la ventana hería profundamente sus ojos, perforando cada una de sus neuronas embriagadas. A lado de la cama un papel, decía que ya había pagado el hotel: Gracias y te dejo 20 pesos.
Creyó que era una puta, no sabia si reír o llorar, solo quería recordar si se había cuidado, pero con esa excusa de los hombre de que pierden sensibilidad con el forro puesto, sumado a su borrachera, supuso que no y que esos 20 pesos tendrían que ser destinados a verse gastados en la farmacia, a cambio de esa bendita pastilla del día después.
Cuando bajo del edificio vio un tumulto de gente reunidas alrededor de un malherido, se acerco a ver y la impresión visual resonó espontáneamente en su mente y su estomago, tuvo que correr y vomitar en cualquier lugar que nadie pudiera verla, igualmente la gente estaba muy entretenida en el cadáver con la cabeza hecha un mar de sangre. Recordó la escena luego del vomito, era una chica, aun se podían divisar algunos cabellos rubios entre toda una maraña de sangre coagulada, era blanca y tenia un vestido floreado que le llegaba hasta las rodillas, parecía bonita, Marcela se preguntaba que la había obligado a tirarse. “Nada es realmente doloroso en la vida como para suicidarse, ¿o si?”
Se levanto de la acera tambaleando un poco hacia ambos lados, la gente seguía con el espectáculo hasta que llego la ambulancia, ella se dirigió hacia la farmacia y creyendo que la gente la miraba por su dificultad al caminar, no se dio cuenta que ni siquiera paso por el baño antes de irse, su pelo crespo estaba revuelto, pajoso y vomitado, sus ropas parecían de una ciruja
Se dirigió hacia su rancho, agradeció haberse llevado una llave, eran las once de la mañana. Al pasar por la cocina su madre la observo asquerosamente, Marcela subió la escalera y se dirigió a su habitación.
-Nose si te habrás dado cuenta que la gente hace mucho que se levanto para ir trabajar, y vos recién llegas a casa y te acostas-
Marcela solo le dirigió el dedo mayor de su mano izquierda y profundamente se durmió.
En el barrio siempre hablaban de su vida, desde que desarrollo pechos y caderas, unos ojos felinos y azules y una nariz de porcelana, Marcela se dio cuenta que podía tener a cuanto hombre quisiera a su merced, pero esa subordinación solo duraba una noche. Mientras tanto su madre se quejaba por que los vecinos hablaban, y Marcela se vengaba cogiendose a los novios y maridos del alguna frígida o sumisa vecina suya.
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