“Espagueti”, “Farolo”, “Plato de lentejas”, “Chupachut de 20 duros”, “Pata chicle”, “Montera”. La crueldad y sinceridad de los niños, que desde que tenía 12 años hasta los16, empleaba estos términos para describir mi aspecto físico y destreza a la hora de la práctica de deportes y juegos.
Hasta los 16 tuve que soportar este tipo de vejaciones, por parte de lo que por entonces se sentían en un escalafón superior al mío. A partir de aquella edad, tal vez porque mi presencia física podría resultar algo más amenazadora o porque encontré cierto gusto en verme un poco distinto al resto, dejé de escuchar aquellos insultos y motes.
No fue el cuento del patito feo que se convierte en cisne, ni mis pequeños psicópatas, torturadores de patio, se dieron cuenta de que la belleza está en el interior. Los dibujos de Disney lo repetían en todas sus películas, pero nadie se lo creía, ni tan sólo yo.
Hasta entonces había generado un mundo propio. Uno de mis ídolos de entonces y ahora era y es; El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Pensarán que es muy raro en un adolescente tales gustos, pero mi empatía con aquel personaje era total y no sólo era el gusto literario, como él, había imaginado que los molinos eran gigantes… ¿O tal vez me esforcé en imaginar que los molinos eran gigantes?. Ante la cruda realidad de la no aceptación social en patios y parques públicos, fui desterrado a compartir juegos y visiones cervantinas, a montar mis esperpénticas diversiones con el “refuse” de turno.
En aquella época embaucaba o era embaucado en aventuras idiotas para los niños “normales”, impresionantes para nosotros. En ocasiones era Sancho Panza, la mayoría Don Quijote, les juro que vi ejércitos en rebaños de ovejas, liberé galeotes, luché contra el “Vizcaíno”, fui “El Caballero de la Triste Figura” y el de “Los Leones”, volé a lomos de un caballo de madera con mi Sancho Panza abrazado a mi armadura, al cual le di buenos consejos para gobernar su ínsula y al que también exigí que se azotara para liberar a Dulcinea del encantamiento. ¡Dios mío! Aún me acuerdo de a mi Dulcinea del toboso, no sé si fueron una o varias porqueras o simplemente compañeras de pupitre, pero era mi Dulcinea del Toboso. Fui derrotado cerca de mil veces en las playas de Barcelona por caballeros de cuyo nombre no quiero acordarme.
De niño era un loco lúcido, un arrebato de imaginación, una fantasía con patas de chicle empujado a mi bellísima enajenación mental por mi marginalidad.
¡No! No era el cuento del patito feo que se convirtió en cisne. Pasé del niño que vivía en los juegos de su cabeza, al cretino que se evade por los doblados, abriendo baúles de recuerdos, bebiendo del bálsamo de Fierabrás y probándome el yelmo de Mambrino. El cretino que se ríe de cuando y quienes le insultaban, de los que le enseñaron que no tenía que ser perfecto, porque a diferencia de ellos, me inventaba todos los días.
Le dedico esta reflexión a aquel niño que, con ayuda de un amigo, hizo un agujero de cerca de 1,5 m. de profundidad para construir el cuartel general de los detectives secretos, grupo que lo formaban él y su amigo. El cuartel general no se termino de construir, por supuesto. Pero años después, ese niño, ya no tan niño. Vio en un telediario, como cerca de Fuenlabrada, sacaban 1.000 kilos de heroína en el mayor alijo encontrado en la historia de Móstoles del agujero que él y un amigo habían escavado para que fuera su cuartel general y que había sido aprovechado como almacén de alcaloides semisintéticos derivados de la morfina. ¡Que asalto a los sueños de un ingenioso niño marginal!. Una vez más Don Quijote se quedaba colgado de las palas del molino. |