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Por Elder Hernández



“… mundos imaginarios están flotando en el aire, pasan por nuestros cuerpos ecos de mil radares, cuanto te afecta, nadie lo sabe…”

Artefacto de Gustavo Cerati

“sino creyera en la balanza, en la razón del equilibrio, sino creyera en el delirio, sino creyera en la esperanza, sino creyera en lo que aprecio, sino creyera en mi camino, sino creyera en mi sonido, sino creyera en mi silencio, ¿que cosa fuera la masa sin cantera?… sino creyera en lo que creo…sino creyera en quien me escucha…sino creyera en el que lucha… ¿que cosa fuera?… un eternizador de dios en el ocaso…”
La maza de Silvio Rodríguez

Desperté. Mi cabeza me decía muchas cosas. Y muchas cosas me decían que escribir… Laura se había ido para siempre –intimo reflejo de que en verdad solo busco un pretexto para irse de mi lado– me senté sobre mi cama y de un solo movimiento me levante. Me lave los dientes. Y salí a la calle con mi bicicleta vintage color negra con franjas blancas y llantas bicolor. No sabía donde iría. Solo sabía que tenía que salir de mi departamento ubicado en el centro. Tome la primera calle a mi derecha y pedaleando llegue a la colonia Roma. Me encanta salir a pasear por esta colonia cuando necesito relajarme. Y sintiendo el aire pegando en mi rostro di la vuelta en una esquina a mi izquierda. Inhale fuerte y el aire, que era frió, lleno mis pulmones. Pedaleando di dos vueltas tranquilamente, sobre la glorieta de rió de Janeiro. Una leve brisa de la fuente perneaba la atmósfera. Tenía 46 años, era soltero y no tenía ni un peso en la bolsa de mi pantalón. Y mientras mayoría de mis amigos se habían casado ya. Otros tantos se habían divorciado y algunos hasta habían fallecido (hablo de los amigos de la infancia, de la adolescencia). Y precisamente los amigos de la infancia a mi persona la veían como un raro ejemplar. Digo para ellos, que mientras pudieron siguieron los “cánones sociales” al pie de la letra (yo a los 17 años decidí irme del hogar materno. A mi madre nunca la entendí. Y hasta la fecha no he podido). Y habiéndomela pasado de aquí para allá sin saber que pensar (si es que llega a saber) acerca de mi destino. Destino que si bien había sido estrafalario (mi madre casada tres veces y mi padre dos más, solo para que al final el terminara solo, pero contento, como otra copia barata del Lester Burnham de la película American Beauty y ella al final se divorciara de nuevo) también había sido satisfactorio –me desvié en la primera calle a la derecha, para llegar a la avenida Álvaro Obregón y decidí irme sobre esta calle viendo como se llenaba de automóviles a las 11:30 am. Era un día en el que apenas se asomaba el sol. Y las nubes amenazaban con caerse en forma de gotas en cualquier momento. –Y así la mayoría de mis amigos se jactaban, que si bien la vida les había dado sus golpes, ellos se habían “levantado” a proseguir con sus planes. Su trayectoria y proyecto de vida.
–Mnta… ¿y eso como será?…– me preguntaba cuando los escuchaba hablar de lo bien que les estaba yendo (uno de mis mejores amigos se encontraba pagando un departamento en pleno Polanco. Y otro de ellos había comprado un BMW Serie 5 Sedan color negro, que muy amablemente me invito a manejar cuando se lo vi por primera vez. Sin mencionar ya a una buena amiga también, que había adquirido recientemente un MECEDES BENZ S 500 L color plata). Pues bueno –pensaba– al parecer su vida la llevan tan de acuerdo a todo un conjunto de normas, que los hacen ser tan eficientes en sus empleos, que les reditúa en eso… en poder adquisitivo. – Seguí pedaleando y llegue justo al entronque del parque España– supuse entonces, que si eran “muy buenos” en lo que hacían, definitivamente eran mejores personas que yo –seguí pedaleando justo al llegar a un semáforo y por inercia de la velocidad que llevaba, no pude detenerme del todo. Justo para que el semáforo que estaba en rojo, cambiara en ese momento a verde – y así se abrió todo mi panorama. Por la gracia de un evento tan mundano como este, me vinieron a la mente varias escenas de mí vida. Recordé cuantas veces (más de la que cualquiera me hubiera creído) un semáforo cambio a verde en el momento preciso en que yo iba a cruzar la calle. Así como también, que cuando me propuse ser cocinero, sin saber “como” llegue a ser encargado de un restaurante (el lugar vendía en un día hasta $40.000) y realmente nunca supe “como” lo hice. Porque en ese periodo de mi vida lo que menos importaba era “el yo” Solo tenia la sensación de que tenia que ser eficiente y funcional. Y que de buenas a primeras, también había decidido, dejar de ir a ese empleo solo porque me llego a aburrir. Recuerdo que en ese momento “algo” en mi oído me decía:
–…tranquilo ¿Qué puede pasar?… – mientras algo mi también se quería ver “perdido”. Queriendo preocuparse de que iba a pasar con mi persona por no tener empleo. Viví al día. Y en una de esas escenas que pasaban por mi cabeza “vi” también como llegue a vivir a la colonia condesa. En ese tiempo vivía al norte de la ciudad. Así que cuando me di cuenta, de cuanto podía ganar en una semana, en el restaurante donde estaba de encargado, decidí mudarme, precisamente a la condesa. Bastaron tres días para que al ir yo caminando, viera un letrero en el que se anunciaba un departamento amueblado en renta. No lo pensé. Tres días después ya estaba en mi nueva “casa”. –Decidí segur pedaleando hacia al parque México. Di una vuelta. Vi a varios niños jugando. Me senté en la primera banca que encontré. Estaba mareado. Supuse que era por andar en bicicleta por una hora sin detenerme. Decidí explorar mi percepción. Al sentirme mareado “jale algo” que solo puedo describir como mi memoria. Inhalaba con dificultad. Y ahí sentado recordé también cuando decidí irme a vivir a otras partes del mundo. Siendo honesto jamás supe como lo había logrado. Sabia que ahorrando y manteniendo mi propósito “frente a mi”. Pero dadas las circunstancias –que siempre escaparan a nuestra comprensión– uno nunca sabe si las cosas que se planean tienen garantía. Y en ese instante me di cuenta que nunca había querido más valores físicos que mi computadora portátil. Y que yo había decidido que mi vida fuera así… –el aire que entraba por mi nariz se convirtió en un adormecimiento de mi brazo izquierdo, tosí levemente concentrándome en el dolor que inundaba mi pecho – en ese momento vi a una niña que me miraba. Le sonreí. Tendría unos 8 años. Tenía el cabello largo. Y la forma de su rostro me hizo a recordar a una niña que conocí cuando yo tenía más o menos esa edad. Abril se llamaba… la conocí en la primaria y me enamore de ella desde la primera vez que la vi. Llegue un día a preguntarle si quería ser mi novia. Me dijo que si y me dio un beso. Así de fácil. Esa sensación de poder hacer las cosas fue algo que siempre me causo fascinación. Y eso me llevo a recordar, cuando identifique la oportunidad de entender las ideas también. Era maravilloso el comprender... Y el dolor en el pecho me regreso al parque México. Pasaba del medio día ya. El sol a lo lejos había espantado a las nubes negras que se veían más lejos aun. Mis ojos empezaron a ver pequeñas estelas de luces incandescentes que bailaban frente a mí. Sacudiendo como pude mi cabeza, alcance a ver como la niña, ahora me señalaba gritándole algo a su mamá. Yo estaba tirado en el suelo. El dolor en mi pecho era insoportable. Tosía y todo me daba vueltas. Sentía como toda la piel se me erizaba. Ahí tirado en el parque México, algo en mi se abría y yo sin poder hace nada, moría como el hombre solitario que nadie nunca recordaría. No moría en un hospital. Ni en mi cama. Moría rodeado de gente, con el sol en todo lo alto. Rodeado de mis mejores pensamientos. Pensamientos que flotaban en el aire recordándome esos momentos en los cuales no existí, viví.

Texto agregado el 15-03-2008, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


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