Nada despertó en él, mayor entusiasmo que el advenimiento de una sobrinita que amó desde el mismo momento en que la vio: pequeñita, rozagante y moviendo pies y manos, tal si fuese un hermoso gatito sonrosado.
La tuvo en sus brazos, le hizo cosquillas, intentó infinidad de muecas hasta que, por fin, la chiquita le brindó una sonrisa tan hermosa, que le pareció que, desde ese mismo momento, se transformaría en su cancerbero, alguien que cautelaría sus pasos y la defendería de cuanto peligro la acechara.
Abominó de los degenerados que abusaban de los niños, se ofreció como voluntario para denunciar a todos estos engendros que ejercían el comercio y la prostitución de menores, ayudó a la captura de una infinidad de sujetos que, gracias a su testimonio, permanecían en la cárcel pagando sus onerosas culpas.
Logró que la sociedad lo reconociera como el paladín de los niños, el más autorizado censor de esta lacra que, sin embargo, crecía desmesuradamente, tal si fuese una peste enviada por los infiernos.
Cuando Vicky cumplió los dos años, sus padres le organizaron un hermoso cumpleaños e invitaron a todos los niños del vecindario. También asistió su tío, el defensor, el paladín y la chica le fue entregada en sus robustos brazos para que le mostrara sus nuevas gracias. Y el hombre, emocionado, cantó, bailó e inventó otras miles de morisquetas para que la niña sonriera, que aquello equivalía a un resplandor lujurioso de sol, después de un día de tormenta.
Cuando todos se hubieron marchado, el tío se acomodó en un sofá y se quedó dormido, sin que nadie se atreviera a despertarlo. Por lo demás, él había sido el alma de la fiesta y se merecía descansar.
Mucho más tarde, el hombre abrió sus ojos y se dio cuenta que Vicky estaba frente a él, sonriéndole y moviendo sus manitos. El tío, la tomó entre sus brazos y la recostó a su lado. Pero algo sucedió, algo que nunca antes le había ocurrido. Su sangre se alborotó, al sentir esa pielcita suave, esa blandura de esponja, ese rostro de ángel caído del cielo. Con el corazón encabritado en su pecho, se levantó de golpe, bajó a la niña con suavidad, se acomodó sus ropas y sin dar aviso alguno, abandonó aquel hogar con gran premura .
Ninguna pista fue certera y las conjeturas sobre su desaparición, surgen, aún después de muchos años..
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