La mosca volaba de manera confianzuda por la habitación. Pasaba por debajo de la lámpara y luego se precipitaba velozmente hacia abajo hasta casi chocar contra el piso, pero haciendo gala de sus agilidades, viraba el curso y volaba luego de manera horizontal hasta llegar a la pared y subir de nuevo. Se topó con una brisa de aire que le refrescó y le hizo recordar que debía comer.
Trató de seguir la débil brisa de aire pero no podía seguir volando, había algo frente a ella pero no lo podía ver, trataba y trataba pero era inútil, había una barrera invisible que no permitía seguir volando. Bajó, luego subió y luego volvió a bajar con el mismo resultado, hasta que llegó a un pequeño borde y aterrizó allí con sus patitas, caminó un poco hasta que encontró a otras moscas, todas ellas ya bien muertas. Se les acercó para ver si podía comer algo de ellas, pero todas estaban bien secas. Entones comprendió que era un lugar peligroso. Echó a volar una vez más, pero seguía sin poderlo hacer. Hasta que su pequeño instinto le hizo girar y pudo por fin continuar su camino.
Voló de nuevo bajo la lámpara y luego hacia un extraño brillo que llamó su atención, una vez cerca de allí, encontró un aroma a comida; a comida fresca y deliciosa.
Se acercó, se posó suavemente sobre la mesa y comenzó a acercarse a una enorme rebanada de pan. Delicioso pan. Se frotó las patitas delanteras y luego las traseras, deleitándose tan solo con la imagen del enorme pan. Caminó unos cuantos pasitos, pero sintió un objeto acercarse a gran velocidad y trató de volar, sin conseguirlo a tiempo, la aplasté sin piedad con mi periódico, para que la asquerosa no llegase a pararse la sobre mi pan.