Cuando la muerte destruye todo lo que crees y tu alma se esconde de ti, no te queda mas que llorar por dentro hasta ahogar tu último órgano, te das cuenta que el aire sabe a hiel y empiezas a ver que nada es blanco y nada es negro si no solo diferentes tonalidades de gris, empiezas a notar que tus huesos pesan mas de lo acostumbrado y tu respiración se torna agitada y jadeante, sabes que solo cuentas contigo y tus vicios.

Caes por la colina en la que conociste el amor, o tal ves el amor te conoció a ti, giras sin saber en que dirección te diriges, solo ruedas, solo caes, solo te dejas llevar por la inercia, empiezas a escupir oraciones sin sentido “creo…….espero……..amén”, pero te levantas, sólo, solamente sólo.

Sigues respirando, aunque sea ese aire de hiel, aunque jadees, te sientas para descansar, para observar, para meditar, para trascender en ti y sólo en ti, para consolarte y sin querer derramas una lagrima, la lames, la saboreas hace mucho que no llorabas, que no te acordabas de lo salado que es una lagrima, de lo fácil que es provocarlas cuando no son las tuyas, del dolor que se siente cuando las derrochas, las lagrimas que provienen del odio son mas amargas, van cargadas de coraje, dolor, rencor, y huelen a muerte.

Te levantas y sigues andando, adolorido y mareado, desorbitado, pero sonríes, una sonrisa irónica a la vida, te ríes del andar humano de su “evolución”, así le llaman, a su pasar por un mundo cada vez más industrializado y menos humanizado, a sus decadentes valores y ascendentes desenfrenos.

Sigues caminando y te encuentras a tú amigo de la infancia, platican, se acuerdan de lo que hacían en esos tiempos y te despides de él con una sonrisa; caminas y sigues andando y te topas con tú amigo de la juventud, conversan, se acuerdan de las fiestas y las borracheras que pasaron juntos, te despides y sigue cada quien por su camino. Después de estar transitando por un buen rato te encuentras a tú amigo de toda la vida, lo ves y le llamas, se acerca a ti, charlan, se acuerdan de tus travesuras infantiles y de tus regaños juveniles, te despides de él, porque debes hacerlo no por que quieras, y sigues tú camino.

Caminas por mucho tiempo, más del que creías poder aguantar, y te encuentras a alguien familiar, tu alma, platicas con ella, reflexionan juntos, te das cuenta que nunca de escondió de ti, se escondió contigo… nunca estuviste solo.