No era tan difícil tomar el arma que tanto tiempo habías guardado, guardarla en el pantalón con sumo cuidado para no dispararse un testículo y no lograr el objetivo final.
La rabia que sentías se palpitaba en todo el pueblo, esta sería tu única oportunidad. A nadie le bastan 15 años de condena o arriesgarse a presidio perpetuo efectivo y arrepentirse después de lo hecho. No puedes entrar a la cárcel y robarles comida, salud y cama a miles de hombres que vagan por las calles, vivos gracias a su fé, olvidándose del sabor del pan.
Esas no eran tus hijas, nunca las viste por las calles del pueblo, no fuiste testigo de su nacimiento, ni escuchaste sus primeras palabras. Ningún familiar te parecía cara conocida y sin embargo vivían tan cercanos el uno del otro.
No dudaste ni un momento en comenzar la búsqueda esa noche de verano. Tomaste la linterna, abriste la puerta de la casa y con el nombre de las niñas en un papel comenzaste a gritar por la carretera y los lugares baldíos. Sofía, Camilla donde cresta están.
Te apresuraste a cada niña que paseaba por el lugar, confundiste nombres y sexo, ¿Cuánta gente tomo la misión de la policía por las manos?, ¿Cuántos tomaron palos y luces y salieron con el mismo objetivo?.
A los cinco años sólo piensas en jugar. A los siete años ya quieres entrar a clases para dejar de aburrirte en casa. Luchas por sonreír y parar ante cada perro que mueve su cola, te encantan las papas fritas y buscas cualquier excusa para ir a la ciudad y comerte una magnífica del Mc Donalds. Nunca piensas en penes, violaciones, golpes y gente con mente retorcida.
Llevabas ocho horas caminando por las calles. Los medios hablaban de secuestro y los vecinos comenzaban una campaña de recolección de dinero para poder pagar el rescate, mientras otros rezaban con inmenso esfuerzo.
Un niño se acercó a ti, te llamo hasta un rincón de la calle sin mostrar sospecha te explico en voz baja que las había visto la tarde anterior. Vestían jeans y falda escocesa, querían comprar dulces de color rojo y le habían comentado que la escuela se les venía encima. Hasta que sucedió lo que sería el principio de una catástrofe.
Andrés Segundo Muñoz eres el tipo de hombre considerado un parásito, sin familia y con el cerebro carcomido por las ratas, ávidas de todo lo asqueroso. Habías encontrado tu vocación luego de una búsqueda extenuante, de ahora en adelante serías un mantenido, tu víctima, cualquier mujer sola, con necesidades de amor y sexo, aunque fuera del malo y rápido.
Todos los días y después de pasar el día viendo películas pornográficas, esperabas a tu esposa detrás de la puerta para descargar la ira y otros fluidos. La golpeabas contra la pared, le rompías floreros en la cabeza, la quemabas con el fuego de la cocina. Y ahí estaba ella dispuesta a soportarlo todo por amor y calentura.
Pero a pesar de lo rico de ser un mantenido, tener sexo con derecho a todo y vivir en un pueblo donde no pasaba nada que te perturbara, el cerebro ya casi extinguido por los ratones, te llamaba a dar vueltas por la plaza para ver como la clase trabajadora ponía esa cara de cansancio cuando comenzaba a acercarse la tarde.
Un día y en medio de total inercia, decidiste que darías un salto , que el cambio se concretaría a través del amor más bello de todos, los niños.
Que actividad más espiritual y placentera que hacer el bien por el futuro de nuestro país, a la única inocencia.
Tamaña idea no podía concretarse con cualquier infante con cara de inteligente y vestido de marca. No. La misión era tomar una niña y a través de ella poder inculcarle toda tu sabiduría, tu solidaridad, lo mejor de ti en un solo acto de amor.
Entonces viste pasar a dos niñas tomadas de la mano, una vestía pantalones y la otra una bella falda a cuadros, compraban dulces rojos, mientras conversaban con un joven que las hacía reír. Que bien, justo hoy que he decidido dar un giro en mi vida Dios me da la primera señal.
Caminaste por la calle y diste varias vueltas por si misma antes de captar la excusa que utilizarías para llevar a aquellas infantes hasta la felicidad plena. Atrapaste de improviso la palabra certera y construiste la frase de oro. Tengo un perrito en casa que lo único que necesita es un dueño que lo cuide, esta triste porque nadie lo quiere y estoy seguro que ustedes serían excelentes dueñas, ¿Quieren conocerlo?.
El aburrimiento de Sofía y Camilla había llegado al límite, no lo pensaron ni un segundo. Perrito, juego, entretención, risas, que rico.
Caminaron una a cada lado tuyo. Saltaban la línea del pavimento como forma de borrar el cansancio. Les hablaste del perrito más bello de todos.
Entraste a tu casa, vacía a esas horas. Les diste un jugo y les dijiste que ibas en busca del animal. Entonces una de ellas sintió miedo del reto de su mamá. Vamos me van a retar y yo quiero salir a la calle mañana. Espera vemos al perro, lo llevamos y listo.
Bajaste las escaleras, las viste tan inocentes y bonitas. Entonces decidiste mostrarles la felicidad y entrar a la acción.
El joven de 14 años fue la primera clave certera para que el pueblo calculara el lugar de las niñas y sin pensarlo tú y el pueblo decidieron caminar hasta la casa de un tal Andrés Segundo Muñoz, conviviente de una mujer sumisa, padrastro de una pobre víctima de 12 años.
No pudiste entrar a la casa porque no eras policía ni familiar, pero el grito que vino desde el interior de la casa te sobrecogió de igual manera.
Envueltas en nylon, completamente desnudas, fueron encontradas Sofía y Camilla, muertas por asfixia y con claras señales de haber sido ultrajadas sexualmente.
Un sabor amargo recorrió tu boca y esófago. Conocías al principal sospechoso y lo habías visto aquella mañana recién teñido y caminando por la plaza.
Todos haciendo guardia en el frontis de la casa esperaban la aparición de aquel hombre. El acto de linchar era la única forma de paliar en un porcentaje toda la rabia contenida ante un pelotudo que debió estar en la cárcel hace mucho tiempo, ya fuera por narcotráfico o por la violencia excesiva que ejercía ante su mujer. Pero él nunca salió del lugar, fue encontrado horas después y llevado hasta un cuartel, protegido por la policía y con derecho a un defensor.
Esa noche te acostaste con el dolor atravesado en la garganta, ni siquiera habías visto el rostro de Sofía y Camilla, pero la angustia no cambiaba ni un milímetro. No es posible que esto suceda, lo más probable es que después se convierta a una religión, se arrepienta enormemente y después de ganarse el cielo, dé testimonio a cada uno de los reos y reciba todos los beneficios carcelarios que este tipo de renovados reciben.
Mi decisión debe hacerse patente hoy, antes de las palabras bonitas, las lágrimas de cocodrilos y el derecho a celda solitaria. Argumentaré shock, le explicare al juez que actué sin pensar, que estoy arrepentido, que si hubiera estado en mis cabales, jamás hubiera tomado esa medida, porque yo confío en la justicia chilena, sé que es un ente completamente confiable.
El diario matutino anunciaba que a las cuatro de la tarde se concretaría el control de detención en el juzgado local. Tenías cuatro horas para actuar, buscar la forma de entrar y ver su rostro deforme.
No era tan difícil tomar el arma que tanto tiempo habías guardado, guardarla en el pantalón con sumo cuidado para no dispararte un testículo y no lograr el objetivo final.
Entraste silenciosamente hasta la sala de madera, pasaste el control de carabineros gracias a la astucia que sólo el chileno puede demostrar. El arma la escondías en la cavidad más importante de nuestro cuerpo, mientras tu aspecto de periodista de El Mercurio te ayudaba a no levantar sospecha.
Entró mirando el suelo, esposado y custodiado por carabineros. A cuántos se les pasó por la cabeza la idea de acabar con la respiración de ese esperpento. Y se escuchaba la voz de aquellos que sólo querían descargar la ira contenida, mientras las lágrimas crecían a cada minuto. Rogaste a Dios que no
desalojarán, aún no era el momento, él debía pararse, ser visible para ti.
Luego de declararse inocente y llorar como los maricones más mariquitas, se levantó de la silla que lo acogía. Entonces metiste tu mano por el pantalón, llegaste hasta el calzoncillo y ,cuidando que no se atascara en alguna parte, sacaste la pistola que con tanto cuidado habías guardado. Rápidamente la escondiste bajo tu manga y justo cuando se prestaba a levantar su cuerpo del asiento, te levantaste rápidamente lo miraste a los ojos y dando un grito de rabia y dolor le disparaste.
Te desmayaste de inmediato.
Abriste los ojos en la sala de un hospital y tal como si vivieras el momento después del ataque gritaste Concha tu madre. Respiraste fuerte y sentiste que nuevamente perderías el conocimiento, pero la mirada de alguien te hizo despertar. Como si no lo hubiéramos sabido, notamos que llevabas el arma desde un principio, seguimos todos tus pasos, incluso cuando sacaste la pistola desde tu pantalón y la cara de alivio que de inmediato te provocaste. El carabinero que sostenía a Andrés lo volteo no sólo para que la gente lo detestará esperábamos tu actuar con sumo entusiasmo. Y tuviste las agallas.
No lo mataste, y en parte es una mejor opción tanto para ti como por el sufrimiento que deberá cargar por siempre. Está invalido y le cercenaste su aparato genital. El pueblo quiere levantarte un altar.
El periódico te mostró por primera vez el rostro de las niñas. Sin haberlas visto antes, tuviste la sensación de quererlas como hijas y lloraste por primera vez, fue entonces que entre sollozos leíste “Continúan las pericias para confirmar la participación, del mutilado e invalido, Andrés Segundo Muñoz, quien arriesga cadena perpetua efectiva y a quién los reos del penal de Valdivia han prometido dar muerte”…..
|