El rumor del atentado se esparció por todo el reino rápidamente. Incluso en el alejado pueblo del norte: Ambretta. Donde el joven Edián oía atónito lo ocurrido en la capital de la boca de su primo Jasttát.
-Entonces,¿ uno de los Guardianes realmente era un demonio?- preguntó Edián a su primo sin entender del todo lo sucedido.
-Así es, asesinó al verdadero guardián y tomó su apariencia y así ingresó al Palacio de las siete coronas junto con otros Guardianes- respondió Jasttát.
-¿Sobrepasó las barreras mágicas del palacio?- preguntó incrédulo el muchacho.
-Así fue, el demonio estuvo a punto de asesinar a un alto consejero e hirió a tres guardianes, la capital está totalmente consternada, hace mucho tiempo que no se sentía tanta inseguridad en el reino- le respondió el joven, intensificando con su voz lo preocupante de la situación.
¿y lo asesinaron?- se urgió en preguntar Edián.
-Eso fue lo peor, luego de luchar fieramente con los seis guardianes, e intentar asesinar a los Altos, robó los cristales del renacimiento que los guardianes poseían e intentó huir, fue entonces que uno guardián fue tras él y en conjunto con un ejercito de soldados de la corona lograron derribarlo en las escaleras del palacio- indicó Jasttát
-¿Y que lograron averiguar?- señaló el muchacho, cada vez más curioso.
- Los brujos del alto consejo, aseguraron que el demonio no actuaba por sí mismo, una poderosa y antigua magia había influenciado su actuar, sugirieron que “el domador de bestias” podría ser aquella magia-comentó Jasttát, suponiendo por la cara que su primo ponía que no tenía idea de que hablaba.
A cientos de Kilómetros de aquel minúsculo pueblito, mientras el sol ya no era divisable y sólo el rojizo color sangre que aún permanecía en el cielo lo recordaba, en una mansión aparentemente abandonada comenzaban a oírse ruidos. De un sarcófago un hombre salió a ciegas, el lugar estaba totalmente oscuro y lo único visible eran sus amarillentos ojos felinos, camino por la habitación como si la conociera de memoria, tomó unos cerillos y encendió un candelabro el cual trajo consigo una tenue luminosidad que dejó ver cinco sarcófagos más, que él fue golpeando, sutilmente, uno a uno. De cada uno salieron mujeres vestidas del mismo modo, todas muy jóvenes y bellas. El hombre les dio una indicación con las manos y las mujeres, asintieron con una reverencia y marchándose de ese cuarto encendiendo algunas velas a su paso.
Como si desfilaran, las cinco damas llegaron a una habitación exquisitamente decorada, en el centro de ella había un sarcófago carmín, que dos de las mujeres golpearon y luego quitaron la puerta. De el, una mujer totalmente desnuda surgió. No blanca, sino gris, su cabello largo y negro cubría sus pechos, sus ojos eran tan rojos como la sangre misma y su rostro era bellísimo, aún cuando era inevitable percibir la ausencia de vida en él. Las damas como si danzaran comenzaron a cubrirla con sus vestimentas, mientras unas se esmeraban en atar el corsete , otras elegían los zapatos que usaría y una se encargaba de maniatar su cabello en un recargado peinado.
-¿El señor se despertó?- preguntó la mujer con voz dulce.
-Aún no su merced- dijeron al unísono las cinco damas.
-El fracaso en la capital lo frustró- pensó en voz alto la muchacha mientras alzaba los brazos para recibir la parte inferior del amplio vestido escarlata.
Ya vestida, la mujer dejó la habitación y acelerada caminó por los pasillos de la mansión, apagando con su pasar una que otra vela, hasta que llegó a una recámara tan amplia como la de ella, pero gris, en el centro, un ataúd negro yacía abierto y en la ventana de la habitación, un hombre observaba la noche. Su piel era blanca, sus ojos amarillentos y su pelo negro y muy ondulado. La mujer caminó lentamente hacía él hasta se posó en su hombro y aprisionó levemente sus brazos con los de ella, en un abrazo. El hombre suspiró y levantó su brazo izquierdo para acariciar el rostro de la mujer.
-¿Aún piensas en Ventora y en el asesinato de Atakka?- preguntó la mujer.
-Así es, era un demonio muy poderoso, nos costará encontrar otro similar- respondió desmotivado el hombre.
La mujer llevó su mano a la mano derecha de su amado, la que estaba cubierta por una especie de guante metálico verde con una extraordinaria gema roja en él.
-No pienso igual que tu-dijo ella, besando el cuello de él y lentamente quitándole el guante, para cuando el hombre se dio cuenta ella ya tenía puesto el guante.
-¿A quien tienes en mente Luxandra?- dijo como quien reprende a un niño el hombre.
- A un predakonnis- dijo la mujer mientras alzaba el guante y la gema comenzaba a destellar tan intensamente, que el resplandor pudo verse a unos cuantos metros de la mansión Riggiette.
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