el café se ha vuelto tan cotidiano, como extrañarla.
mi cuarto es una nube de humo y las ojeras son perpetuas en mis ojos,
tal como esa sensación de vacío que se forma en mi estomago todas las noches.
la luna se ha quedado olvidada, pareciera que alguien la metió en un cajón.
la música, sólo sirve para mantenerme despierto, ya no es un pequeño escape de la realidad;
las letras han quedado apresadas en la mente.
la rutina es la misma, despertar, tomar café, estudiar, y soñar, de vez en cuando, despierto y entre tiempos ocupados, pero ya no cuando duermo.
Ahora dormir es un sueño lejano.
el estudio y el cansancio van de la mano, día a día.
las notas, resbalan de mi mente como si jugaran en una resbaladilla.
y el recuerdo de ella, en horas de lucidez es casi nulo.
mi reflejo, cada vez está más deteriorado, cada vez se parece menos al que casi fui,
me pregunto si ese nuevo reflejo en el espejo, de verdad seré yo.
Sé que soy yo, pero no lo siento.
A veces no comprendo en qué momento pasó, otras lo agradezco y la mayoría del tiempo, me arrepiento de los miedos y las dudas.
la almohada se ve tan vacía sin mis sueños abrazándola, ella se ve tan contenta y yo me noto tan distante.
Me sé tan aterrado, casi nulo, como una hoja más en aquel árbol que solía soñar.
la falta de coherencia, se ha vuelto tan rutinaria como el café por las mañanas,
y mi sueño de ella, ha quedado donde la luna, en un cajón, obscuro y olvidado.
el sacrificio, es duro, cansado, y con certeza pesado. Atlas podría entenderme.
el amor, y la solitud son yuxtapuestas, lo eterno es utópico, y por amarga fortuna
el café es tan real, como la ausencia de sus besos.
Sigo siendo soñador, aunque no sea de tiempo completo, pero con ese tiempo compartido, me declaro feliz, sin luna, sin letras, sin música, sin ella, sin mí, da igual, en ese pequeño espacio, me declaro culpable de felicidad.
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