Trataba de tomar un café, de esos que prepara doña Rosita, pero el calor del sol, combinado con la terrible necesidad de fumar después de haberlo dejado por más de veinte años, hacían de esta tarde una infernal eternidad.
No quería pensar en cosas tristes, pero conforme los rayos del sol se incrustaban en mi cabeza y luchaban por salir a través de mi cráneo, mis ojos, mi boca y mis orejas, entendí que la visita de Lucía no era pura casualidad.
Ella, una mujer de tez tranquila pero melancólica, blanca de cabellos negros y rizados, de ojos cafés y dientes de melón, paseaba con un bebe por el patio de mi casa, hablando con voz mimada y en diminutivos, consintiéndolo y sabiendo que yo escuchaba.

Lucía, la mujer más bella del mundo, había llegado a mi vida hace más de diez años, y con esto me refiero a que la conocí por primera vez, sin por ninguna circunstancia insinuar que ella y yo hubiéramos tenido un romance o cosa parecida.
El punto es que cuando la vi, una alegría inexplicable y para entonces nueva se llenó en mi pecho, mi corazón, mis pulmones y algunas zonas de las que no haré mención por respeto a mi hermano, que en paz descanse.

Ella y mi hermano, se conocieron, se enamoraron, aunque nunca supe si ella de su guitarra o él de su olor a jazmín, sin embargo las cosas no marcharon muy bien al inicio, pues vivíamos (mi hermano, ella y yo) en una casa donde las paredes eran divisiones de triplex y cartón…. Era muy grande, con muchos sub apartamentos, más o menos cabíamos unas diez familias… Al lado derecho teníamos unos vecinos que dormían todo el día y en las noches, a eso de las doce o una de la mañana, llegaban borrachos, bulliciosos, hacían lo que parecía descargar un arma, contar plata y tomar wiskey con mujerzuelas de grandes senos… bueno, eso se percibía desde nuestro apartamento, cuando escuchábamos las cosas que se decían antes y en el momento mismo de hacer el amor, o al menos sexo de precio bajo; del otro lado de la pared estaban los Riascos, una familia de seis personas, contando el perro y el gato y precisamente estos dos últimos integrantes eran los que no dejaban llevar una noche en paz… siempre se turnaban para fastidiar el sueño, primero uno maullando y después el otro ladrando…. Era terrible, sin embargo, debo admitir que me acostumbré…

Mi hermano y su mujer vivieron durante seis meses una inagotable luna de miel, se miraban y al tiempo entendía que debía salir del apartamento para dejarlos expresar su amor eterno… si…, algunas veces fue molesto pues mis libros o mi guitarra me miraban desde la cama, cuando los tiraba y me hacía el afanado diciendo excusas con tal de dejarlos solos…. Pero también me acostumbré… A lo que no pude acostumbrarme fue al olor de mi hermano en la piel de su mujer… ella y yo, después de la muerte de mi hermano intentamos una relación…; un poco exitosa al principio pues gozábamos de buen sexo y algo que llaman “química”, pero después no fue fácil… ella lo soñaba con frecuencia y eventualmente confundía mi nombre con el suyo… no funcionó, es cierto y creo que fue lo mejor dejarla y marcharme a donde se nunca la volveré a ver…

He tratado en estos tiempos de entender como funciona la mente humana, pues a pesar de mi larga soledad y excesiva carga nostálgica no comprendo como ella, aún lo ama… pero no me afano, porque esa era… ya está muriendo.