Curioso era que en pleno invierno, el frío apenas apretara.
Sin abrigos de por medio, se abraza mejor.
Cosa a favor.
Siendo conscientes de su lejanía, devoraban cada segundo en los que se
tenían frente a frente, cada segundo en los que se sentían de carne
y hueso, en los que se sentían en cuerpo y alma.
Acomodaron su burbuja y depositaron en ella su mundo bipersonal pero
unísono, y así transcurrieron los días acompañados por Bjork, Nawja
Nimri, zumo de cebada con nombre de traidor bíblico, abrazados por
caracteres tamaño setenta y dos pegados en el material noble de las paredes,
y disfrutando, cual hedonistas, de cada uno de los placeres existentes.
Se derramaron carcajadas , se vocearon lágrimas,
se derritieron los días, se inventaron fábulas,
se les desgastaron las palabras, se desgarraron las sábanas...
y con la mirada se prometieron un destino en la madrugada.
Hasta el alba.
- Desde dónde yo vivo nunca se ven aviones sobrevolando los tejados –
decía él como asombrado.
Ella no dijo nada, sólo lo miraba, como adorándolo.
(... ...)
- Ya vamos tarde – decía él cada vez más nervioso.
- (Ojalá no llegaras...) – pensaba egoístamente ella.
(... ....)
... Llegaron con el tiempo justo para no despedirse.
Él la besó fugazmente en los labios.
- Te llamo.
Ella calló y al viento musitó:
- Te amo.
Cargó su equipaje, subió al autobús,
buscó su sitio y se sentó...
No giró la cabeza.
No se retorció en su asiento para buscarla entre el gentío de la estación
y decirla con los ojos un último adiós.
Ella mientras tanto seguía en el mismo lugar dónde le besó.
Inmóvil. Ausente.
Lloró.
Fue ahí cuando comenzó a intuir lo que tanto tiempo la costó reconocer:
El destino no les abandonó,
simplemente jamás estuvo de su parte.
Y así fue.
*La clave está en los pequeños detalles*
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