¿Cómo te llamas?
To-más.
¿Cuántos años tienes?
Blande ante mí una V victoriosa con el índice y el dedo corazón.
¡Dos!
¡Caray! ¡Todo un hombrecito, ¿eh?
¡Cómo no! El niño se pavonea y repite una y otra vez después de mí :
To-más, dos a-ños.
Ya están hechas las presentaciones.
De momento, Tomás se interesa bastante poco por los otros, pues no me espero a que me pregunte : "¿Y tú?"; por lo demás su conocimiento de los números todavía es reducido, aleatorio y discontinuo.
En cuanto a mi apelativo, lo estropea por lo menos cincuenta veces al día, en voz alta y lo más a menudo en forma interrogativa :
Buelo, ¿óndetá buelo? ¡buelo!
Sí, aquí estoy, Tomás, en el despacho.
Buelo, dibujar, buelo.
¿Que quieres dibujar? Vale, toma, aquí tienes una hoja y un lápiz.
Sube, buelo, sube.
¿Que te suba a mis rodillas? Bueno, ven, pero no tocas el ordenador, ¿eh?
Treinta segundos y cuatro garabatos más tarde :
Otra, buelo, otra.
¿Otra hoja? De acuerdo, pero es la última, ¿sí?
Sí, buelo.
Así es todo el santo día. A Tomás, niño de hoy, nada le gusta como la compañía, le repele ocuparse solito y, cual adulto con el mando a distancia, va zapeando de una actividad a otra.
No, no es verdad, me estoy pasando. Desde hace tiempo ya, le apasiona algo: no se harta, siempre pide por ir a verlos pasar y subirse a ellos : ¡los trenes! Tren de cercanías, metro, AVE, todo vale. Y a falta de ellos, el tranvía o el coche de línea. Chamartín ha llegado a ser su lugar de paseo preferido, ¡vaya pesadez para los familiares!
Yo veo determinismo en ello. ¿A qué chica le sale semejante capricho?
A que no adivinan lo que Papá Noel, ese secuaz de Coca Cola Inc., le trajo para rematar el caso: un trenecito de madera y plástico, multicolor, con circuito, de madera también, en forma de ocho.
Y ahora, se niega a desplazarse de un cuarto para otro sin la locomotora y los vagones; por suerte consiente en dejar los rieles en su sitio. ¡Uf!
Con todo, por milagro, es capaz de jugar un buen momento con él, aunque la experiencia siempre termine de la misma manera:
Buelo, cren.
¿Qué pasa, Tomás?
Buelo, cren tá roto.
El viaducto se tambalea, se descarriló un vagón, una vaca está en las vías o se cayó un auto del portacoches. Tiene que intervenir el equipo de socorro en el más breve plazo y soy yo quien está de guardia.
Ya voy, Tomás, un momentito, que termino mi carta.
Buelo, ¡cren tá roto!
Sí, Tomás, un poco de paciencia, ¡por Dios!
De una semanas para acá, le ha puesto otra cuerda a este arco pasional. El otro día, como íbamos a por pan, narices al cielo e índice en el viento, se paró como perro de muestra que acaba de olfatear una perdiz:
¡Oh, calela, buelo, calela !
Era la grúa, de esas antiguas, de unas obras. Por acortada que fuese, me pareció atinada la descripción. ¡Bien había algo de una escalera en aquello! Y ahora, cada vez que pasamos por delante de ella o cualquier otra de sus hermanas, suelta el mismo grito maravillado :
¡Calela, buelo, calela!
Es-ca-le-ra, Tomás, pero no, no es una escalera sino una grúa.
¿Clúa?
Grú-a como en gran-de.
Gran-de.
OK. That's it.
La sintaxis y la pronunciación española de Tomás todavía son vacilantes porque aprende dos idiomas a la vez. El inglés de su padre australiano al que comprende perfectamente y el castellano de su madre, que lógicamente lleva la voz cantante porque vive en España, va al jardín infantil con otros españolitos y su niñera habla este idioma (la nana de Tomás es una marfileña, estrella del coupé-décalé, conocida bajo el nombre de Dodo Pélagie, pero él la llamaTata como hacen todos los niños).
Tomás compensa la falta de léxico por la repetición, más allá de la saciedad, del mensaje que quiere trasmitir.
Para la mayor desilusión de su familia.
El chavalín es un seductor, provisto de firme voluntad; sus antojos son, por lo principal, alimenticios. Cultiva una aversión periódica por la carne y el pescado.
Sus manjares predilectos son la sémola de alcuzcuz, la pasta de conchita, las judías verdes y los guisantes que pretende comer uno por uno, tras aplastarlos con el pulgar dentro o fuera del plato.
¡No vaya esta manía a extenderse a la misma sémola!
Los postres no son ningún problema porque le gustan todos al diablillo.
En fin, para sus padres, darle de comer siempre es una aventura, despachada a veces sin contratiempos, pero lo más a menudo plagada de conflictos, pese a las opciones presentadas, las recompensas prometidas o los castigos decididos.
El señorito prefiere irse a la cama sin comer antes que dar su brazo a torcer; bien promete ser cooperativo, pero muchas veces prevalece el gusto por la confrontación.
Sólo existen dos remedios extremos: uno cruel que no recomiendo, la privación de su osito y otro que de momento siempre lo lleva a arrepentirse: ¡el cuarto oscuro!
Afortunadamente, conmigo no se atreve a esos melindres; si alzo la voz, tuerce el morro de vez en cuando, pero suele ceder y, de no ser el caso, unas horas de ayuno a nadie le hacen daño, decía el pediatra de mis hijas.
Desde hace unas semanas, a Tomás le quitaron los barrotes de la cama de bebé. La primera noche, rodó colchón abajo y, como ya desconfía, ahora viene durmiendo contra la pared. Pero, lo más curioso es que, aunque ya puede levantarse solito, no lo hace y espera a que vayamos por él o se contenta cuerdamente con llamar. Prudencia es la madre de la ciencia, ¿no?
Cuanto les voy contando era verdad el mes pasado. Pero Tomás ya se ha calzado botas de siete leguas y avanza día tras día con pasos de gigante hacia el conocimiento.
El mes que viene, despega para tres semanas en Australia. ¿Hablará inglés al volver de ese baño lingüístico por el país de sus abuelos paternos? ¿Cómo será cuando lo veamos de nuevo, su abuela y yo?
See you soon, Tomás.
Besos de tu abuelo.
©Pierre-Alain GASSE, Enero 2008.
http://pierrealaingasse.fr/esp/ |