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No, si así estoy bien. ¿Me puede cerrar la puerta? Ésa, ésa… ¡Uy, qué luz tan fuerte!, ¿y tiene que ser delante de los ojos? ¿Por aquí tengo que hablar?, ¿me acerco, ¿no? Ah, bueno. Vale, vale. Sí, sí, estoy ya… dígame. Jeje… no, venga, ya, ya. Dígame.


LA DESPEDIDA


¿La más dolorosa?

Hombre, así de pronto te puedo decir que cuando murió Federico. Cuarenta y tres años juntos, que se dice pronto. Mi Federico, ojalá que esté en el cielo, mi Federico. Que, oiga, tenía sus defectos. Muy guapo no era pero eso es lo de menos. Era muy serio. No, serio no, era de mucha mala leche. Tenía que tener cuidado para que no se enfadara. Las broncas que armaba por nada, me tenía acogotada. Pero nunca me puso la mano encima, eso nunca se le ocurrió ni yo se lo hubiese permitido, claro.

Y ya sabe que perro ladrador, poco mordedor. Tenía muy mal genio pero se comportó siempre como debía comportarse. Y tenía sus detalles. Pocos, pero los tenía. Y según se hacía mayor se fue poniendo más suave, ya se cansaba de discutir.

Le quería mucho y cuando murió me dio muchísima pena. Tan joven, además. Menos mal que mis hijas no me dejaron sola ni un momento. Qué buenas nos han salido las tres. Y guapas. Con lo normalucha que era yo a su edad.

Ya ve que tengo retratos de Federico hasta en la cocina. Y rezo mucho por él. Hombre, ahora me acuerdo de otra despedida que fue muy dolorosa, pero era yo muy cría. ¿Se la cuento?. Bueno.

Pues fue con una amiga... Hace tanto tiempo que tengo que hacer memoria…Tendría diecisiete o dieciséis años. Que ahora a esa edad las chicas son muy espabiladas pero es que por aquel entonces éramos muy tontas. No sabíamos nada de nada. Pero le tengo que explicar todo porque la historia se las trae, ¿quiere?. Vale, vale, jejeje. Es que no sé si tiene tiempo.

Bueno, pues mi amiga se llamaba María, igual que yo. Bueno, se llamaba María pero ella quería que la llamase Verónica. ¿Que por qué? Uy, le va a chocar pero ella decía que era la hija del diablo y que se llamaba Verónica. Sí, sí. Ahora a los chavales les encanta esas cosas pero imagínese. En un pueblo tan pequeño, además. Bueno, no tan pequeño, pero pequeño y muy cerrado.

¿Qué dónde qué? En Pinilla del Buitrago. Mi familia se mudó allí porque mi padre, que tenía carrera, consiguió un trabajo buenísimo en Madrid. Pinilla está al norte, en la sierra. El lugar es bonito pero a mí no me hizo ninguna gracia cambiar de casa...

Me quedé sola. Echaba tanto de menos a mis amigas... Con el tiempo cada vez nos escribíamos menos y fui perdiendo el contacto. Así que me quedé sola, sola. Y tenga en cuenta que a esa edad una chica no iba a la escuela. ¿Y dónde iba yo a hacer amistades?. Estaba la misa, eso sí, pero las chicas de mi edad iban con sus familias y al salir se reunían entre ellas y yo veia que cuchicheaban cuando pasaba cerca. No les gusté. Cosas de la edad, digo yo.

Yo intentaba ser simpática. Me aprendí los nombres de oídas y me acercaba a saludar. Hola Maria José, decía y la muy tonta se daba la vuelta como si le hubiera hablado el viento. Así con todas. No hacía migas con nadie… estaba desanimada. Yo que siempre era la simpática de la pandilla. Mis padres no me ayudaban nada porque te decían: haz esto, haz lo otro, no hagas esto. Y si no hacías caso, una bofetada y a dormir.

¿Chicos? ¡Uy, qué dice! De los chicos ni hablar del peluquín. Sólo podías acercarte en las fiestas si te sacaban a bailar. O si eran conocidos de la familia o de una amiga que te presentase. En fin, de todos modos ya le digo que yo era muy tonta y ni se me pasaba por la cabeza... vamos, ¡uy, qué dice!, jajajaja. Más tarde, sí. Espabilé de repente. Pero nada más llegar al pueblo… no.

A lo que iba. Un día que estaba aburrida tomando el sol, vino una chica y me dijo: ¿te odian, verdad?. Fíjese qué frase, así, de sopetón. Recordaba que la había visto algunas veces con su padre pero no se juntaba con nadie más. Se conoce que no salía de casa más que para lo justo. Bueno, pues yo me sentí muy ofendida y le repliqué: ¿Y a ti por qué te tengo yo que dar cuentas?. La chica se rió y yo me lo tomé como que se estaba riendo de mí.

Total, que se sentó a mi lado, muy pegada. Yo no sabía qué hacer, parecía que estaba loca, así que me quedé quieta sin mirarla. Y la chica, que era María ya se imagina, se puso a imitarme. Si yo me tocaba el pelo, ella se lo tocaba, si cruzaba los pies, ella también. Así que me quedé muy quieta y ella hizo lo mismo. Imagínese, las dos quietas como estatuas sin decirnos nada. Total, que ella por tozuda y yo por no hacerla caso, así estuvimos un buen rato, por lo menos una hora, hasta que me levanté y me fui a casa. Ella me gritó: ¡te veo en misa!

Sí, sí. Efectivamente, al domingo siguiente la vi tres bancos más atrás. Siempre iba a misa lo que pasa es que yo no me había fijado en ella. Cuando mire a mi espalda, María, que estaba pendiente de mí, me sacó la lengua. Yo sonreí y ella se rió. Entonces me di cuenta de que María no llevaba malas intenciones y de que, al fin y al cabo, había hecho una amiga. Le saqué la lengua yo también y se me escapó una risita. Mi madre me pilló y me dio un rodillazo.

No pude volver a mirar hacía atrás pero en la comunión la busqué entre las filas de gente que iba y venía. Me hice la remolona hasta que ya quedaban pocos por levantarse y tuve que ir a comulgar. Al final pudimos encontrarnos. Yo estaba caminando hacía el altar y ella venía por la fila de al lado. Al cruzarse conmigo me sacó la lengua y pude ver la hostia en la punta. A mí me pareció tan gracioso que aunque sabía que era pecado se me escapaba la risa y según me acercaba al cura, de tanto aguantarme las ganas de reírme, me daban más ganas todavía. Total, que cuando saqué la lengua para recibir la hostia solté una carcajada y el cura, muy enfadado, apartó el cáliz y me obligó a salir de la fila haciendo gestos con la cabeza. Al salir de misa no la vi. Su padre siempre se la llevaba derechita a casa.

Mis padres no se enteraron de lo de la hostia. Y menos mal, porque me hubieran dado una paliza. Pero yo estaba muy contenta porque para mí María fue un descubrimiento. Era muy especial. Ya me pareció que era una chica muy atrevida pero vamos, no podía yo imaginarme…

Como sólo tenía a mis padres a mano, les hacía preguntas de los del pueblo y colaba alguna pregunta sobre María sin que se me notase mucho interés. Me enteré, por mi padre, de que se llamaba María, que era huérfana de madre, que su padre tenía muchas tierras y que era un pendón desorejao. ¿Qué es un pendón desorejao?, les pregunto yo haciéndome la tonta. ¡Nada!, dijo mi madre que no se le escapaba una.

(sigue en amiga maldita...)

Texto agregado el 10-03-2008, y leído por 186 visitantes. (1 voto)


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