EL TORO
fabiangris
Me sabe a duelo y lágrimas la tarde;
a contienda feroz, sin menoscabo.
Sé que habrá un perdedor. Pero, aún, y al cabo
ninguno de los dos será cobarde.
¿Ha de morir el toro majestuoso?
¿Su sangre manchará la blanca arena?
O quizás...vale Dios, no quiero pena,
pero sangre ha de haber. Es imperioso.
Hay fiestas en las gradas, y en el ruedo
dos hombres de a caballo, y un artero
lanzazo. Del coraje, vil remedo.
El toro herido espera que, certero,
termine con su vida y con su miedo,
el estoque en la mano del torero.
* * *
OROPEL SOBRE SOMBRA
altorcan
Ese círculo pardo que en la tarde
oscurece con sangre de las bestias,
se convierte en crisol de la ignominia
y quebranta la herencia de la carne,
horadando la malla de los siglos.
Se retuerce el anillo en un vacío
que sustenta su nada y su alharaca.
Hay destello granate en las heridas
del punzón acerado con rudeza
que despoja de brillos las retinas.
Ha truncado, fatal, un equilibrio
la estocada inclemente del sicario
ataviado con luces de impostura.
Quedan hilos de sangre coagulada,
y dolientes escarchas de saliva
que se traban del belfo hacia la arena.
El licor destilado por la mente
en las horas de calma y de razones,
nada puede contra esa ciega fuerza,
esa atroz diversión, esa artimaña
deslumbrante de bulla y de colores
y que oculta un delirio desalmado.
El albero se adorna en oro y sangre,
se hace circo de nervio y de arrebato
de martirio en absurdo pasatiempo,
molinetes de voces enredadas,
luminarias de rapto y desvarío.
Sobre el viento se acallan las preguntas,
sobre el viento amanecen los asombros,
se deshace el sentido en los clamores
de la vida en cenizas trastocada.
Aborrezco los ecos de ese fausto,
su falaz resonancia y los encomios
que hacen grande la mugre y la vileza.
Hemingway, Lorca, Goya, Ruiz Picasso,
inconscientes o cómplices del dolo:
¿Hay belleza en la trampa y la tortura?
¿O tal vez es un fraude vuestro adorno,
oropel sobre sombra alucinada?
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