Raudo y veloz Ramiro montó su alazán y partió en busca de un lugar solitario donde poder expresar su ira, sin que nadie saliera lastimado.
Sentía una opresión en el pecho y una negación en el alma, su vista nublada y la mente perturbada ante la decisión de Camila.
Llegó a la vera del arroyo, desmontó y se sentó a la sombra del viejo sauce, arrojó, con bronca, una piedra al agua, y expulsó un grito desgarrador de sus entrañas.
Imploró al cielo una respuesta, más no estaba en condiciones de escucharla.
Lloró, maldijo, sangró sus manos infligiendo puñetazos contra el tronco del árbol.
Porqué!!! -Se repetía una y otra vez.
Camila meditó muy bien los pasos a seguir, amaba a Ramiro, deseaba un hijo suyo, pero el destino impedía quedar embarazada de su amor.
Sabía que las mutuas ansiedades eran una traba para determinar su preñez, la abulia, la monotonía se apoderó de sus vidas.
Una tarde en que había discutido con Ramiro se cruzó en el establo con Octavio, quien la deseaba hacía años. Se acercó y en un arrebato supino la hizo suya.
Ese encuentro no deseado, desencadenó la tragedia.
Ramiro se enteró de su embarazo, la rodeó con sus brazos y la elevó besándo su vientre.
Camila lo apartó dulce y dolorosamente, diciéndolo que había tomado la decisión de abortar (sin aclararle los motivos).
- Que decís por Dios!!!- exclamó.
- No quiero un hijo ahora – esbozó.
- Que pasa amor?, es nuestro sueño.
- Ya no, ya no quiero hijos - repetía Camila como autómata.
Lo vio alejarse en su caballo, corrió tras el y tropezó, cayó y rodó en el terraplén del viejo molino, quedó tendida bañada en un río de sangre.
Ramiro cubrió su cara con sus manos ensangrentadas, sintió un dolor punzante en el pecho, las lágrimas limpiaron sus heridas. Lo encontraron a la vera del arroyo reclinado en el viejo sauce, con el puñal hundido en su corazón.
Cuenta la leyenda que generó esta historia, que se los vé deambular tomados de la mano de una niña, en las oscuras noches aparecen como halos de luz bailando en campo abierto jugando con las estrellas.
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