Anoche soñé con El Mudo.
Lo ví en mi escritorio. Estaba en la computadora metido en la página de los cuenteros. Como todos recuerdan, el Mudo sabía de la gritería gigantesca de la existencia humana, de la costra que recubre cosas y sucesos. Su finísmo oído escuchaba desde el ruido de la sabia de los árboles, hasta los movimientos secretos, casi inaudibles, de los corazones humanos. Siempre escuchando. Pero, según él,no tenía nada importante para decir. Por eso callaba.
Me paré en la cama y lo observé. Emitía, de tanto en tanto, algunas interjecciones: “Sí”, “No”, “AH!”. Y de pronto dijo: “Mucho ruido”. Creo que leyó solo mis textos. Pero de ello no estoy seguro.
Me quedé estupefacto y sin entender. Y para mi asombro se dió vuelta y me dijo: “Ay, Islero...no apures el camino. Escucha. La palabra sin silencio está vacía”. Dicho esto, desapareció.
Abrí la ventana. Una bandada de bandurrias cruzaba el cielo, emitiendo suaves sonidos y en rítmica armonía.
Y entonces desperté. Miré hacia abajo. La ciudad dormía y me pareció ver movimientos lentísimos y voces apagadas de la vida en sueño. Además sentí olores nausabeandos, y por allí, casi perdida, una ráfaga con olor a rosas.
Misterio del mudo, de la ciudad callada, de mi yo en silencio, y del enigmático mundo de los cuenteros.
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