Desde la orilla del mar pude verme a lo lejos, en la arena gruesa y caliente por el sol. Sin motivo aparente empecé a escupir sangre y caían mis dientes uno a uno, de pronto caían dos juntos. Las gotas de sangre se perdieron en la arena.
Sentía mi boca rara, suave y humeda. Traté de hablar y mi lengua no encontró dientes que frenaran su movimiento.
¡Qué sensación aquella! por instantes disfrutaba la suavidad del interior de mi boca, pero luego me repelía darme cuenta lo desagardable que resultaba sentir las encías reinando en dicho espacio.
Verse a uno mismo es una habilidad que va más allá de la razón, y es que en los sueños, la magia nos enseña a jugar con las posibilidades que creíamos inexistentes.
La sangre brotaba de mi boca fluidamente. Yo la veía sin preocupación, quizás porque en mi consciencia subyacía la idea de que todo era un sueño. Sin embargo, una vez que quise hablar, sentí una especie de parálisis total, mi lengua se encontraba fuera de mi control, como adormecida. En ese instante entré en un estado de pánico y angustia, rápidamente la arena se tornó movediza y mi esofago se volvió parte de esa arena. La lengua que alguna vez fue mia ahora actuaba en mi contra, se enroscaba como una serpiente cascabel hacia mi estómago.
La imagenes empezaron a cambiar de color y repentinamente el mundo en el que estaba se desvaneció para dar paso al interior de mi organismo. Sin más preámbulos aparecí en una especie de inframundo desértico. Estuve a punto de ahogarme en mi propio susto, pero de pronto, como sucede muchas veces en el mundo onírico, me di cuenta de que mis dientes habían vuelto a crecer y mi lengua había vuelto a su estado natural.
Desperté calmo, la alarma aún no había sonado y entraba a mi habitación el primer rayo solar. Fui al baño dando pasos aletargados y torpes, prendí la luz y esta me cegó por un segundo. Apenas recuperé la vista me vi en el espejo, todo estaba en orden. Sentí un gran alivio, pero dudaba el porqué.
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