Noche Violenta.
Javier Vásquez Aguilar
Aquella tarde conversé con Carlos. Era un tipo que conocí en "la Boquita", una discoteca de mala muerte del centro limeño. Cuando lo vi por primera vez tenía la apariencia de un vendedor de drogas o algo parecido, esos que merodear por las calles. Pero me equivoqué. Era un estudiante de una universidad particular ubicada en la avenida Javier Prado. Me parecía extraño que un tipo que vive solo en el jirón Ica y sin trabajo, aparentemente - estudie en una universidad privada, cosas de la vida; no sé, pero lo bueno de ese pata es que era un loco para las fiestas. Esa noche llegué solo al bar "Estelita" en Cailloma. Estaba deprimido por el trabajo y la universidad, todo se me había acumulado, quería explotar. Me senté en la barra y pedí un vaso con cerveza bien helada, y a pesar que era invierno lo que más quería era morirme con neumonía, por lo menos. Una vieja regordeta se acercó y preguntó -Hey niño, ¿te pasa algo?, si quieres te curo de las penas. Su olor a colonia barata me dio asco, y mientras la miraba, sentía su mano dentro de mi bolsillo buscando algo. -¡Oiga qué se le perdió! - Nada nene sólo quería estimularte. Era asquerosa, era como si estuviera en un asilo rodeado de viejas decrépitas buscando sexo. La empujé con fuerza y cayó pesadamente, de pronto dos sujetos fornidos se acercaron y me levantaron en vilo llevándome al baño, cuando disponían a colocarme el primer golpe alguien los detuvo. Caí al piso y sólo escuchaba una discusión, algo como si no acordaban el precio, estaba aturdido, no entendía. -Hey socio te pasa algo, me llamo Carlos…, pero chochera que mal estas, ¿qué paso?; levántate te invito un trago, vamos. -Okey. Esa noche bebí infinitas jarras de cerveza, sangría y tragos baratos, mi sueldo de fin de mes se redujo a unos miserables cinco soles y qué llevaría a casa, pero si nadie me espera, ¿para que diablos trabajo?. Aún recuerdo algo de la madrugada: mujeres, homosexuales en nuestra mesa, me presentaron a un sin fin de amigos y amigas todos muy gentiles pero no olían bien, parecía que esos cuerpos nunca probaron agua. De esa madrugada, no recuerdo nada más. En la mañana, no estaba en casa estaba en un cuarto nauseabundo de una quinta, me desperté con un fuerte dolor de cabeza y lo primero que vi fue a la acabada regordeta desnuda encima de mí roncando fuerte, trate de salir pero a pesar de su borrachera me atenazaba con sus feroces piernas, odiaba esa situación; miré hacia un costado y allí estaba Carlos con dos mujeres, desnudos en una posición incomoda. Finalmente, pude escaparme. Busqué mi ropa Calvin Klein que mi madre me envió de Estados Unidos y salí raudo a mi casa. Entré y vi todo normal, en la grabadora encontré un mensaje "llámame cuando regreses, tu mamá".-¿Y ahora qué quiere mi madre, no está contenta en Europa? . Maldición quizás regrese a Perú, pucha si se entera que no voy a la universidad me friego. Mis viejos son divorciados, es una situación que hasta el momento no entiendo, siempre estuve en la casa de mis tías, envidiaba cuando en el colegio había los paseos familiares nunca fui con mis padres, o era mi abuela o mis tías. Mi madre se fue a Europa a trabajar en no sé donde y me dejó aquí en Lima, que es una ciudad de porquería, maldita sea por qué no me llevó, siempre con la misma cháchara "tienes que estudiar", si supiera que ya no voy y que estoy en este lugar. Luego de aquel fin de semana, se me hizo costumbre salir con Carlos, éramos los dueños de las discotecas del centro de Lima. Cada fin de semana era mil soles de gastos. Empezábamos desde las siete de la noche del viernes hasta el lunes y siempre terminamos en la quinta con diferentes mujeres desde púberes que buscan iniciarse hasta viejas reprimidas. Mi vida se torno una tontería, quería terminar con esta situación, no era vida. Una tarde de invierno no teníamos plata para ir a nuestra juerga pero Carlos tenía la solución para cada problema, recuerdo el clásico "no es problema choche", aunque ese día no me convenció el "no es problema choche" quise indagar de donde salía el dinero y seguí a Carlos hasta la plaza Francia, se paró cerca a la librería Studium - donde adquiría mis libros cuando era estudiante - estaba allí apoyado en el poste de alumbrado eléctrico, estaba con su clásica ropa: casaca azul, jean negro, camisa Cougar y su reloj Benneton. Me oculté detrás de los jugadores de ajedrez - un juego difícil - y miré por primera vez de donde provenía el dinero de Carlos, vendía drogas, esa imagen me desalentó y percibí un aire enrarecido algo como suciedad . Me retiré. Esa tarde caminé por la avenida Wilson pensando en mi amigo, cavilando en el lío del carajo que me había metido. Sí, mi amigo, aquel que conocí en el bar de mala muerte era un paquetero. Ese fin de semana no fui a la juerga. Estuve en mi departamento. El lunes sonó el teléfono, pensé que era mi madre fastidiándome otra vez, timbró cinco veces hasta que contesté.
-Alo, alo, habla Carlos. -¿Qué quieres?. -Cuidado chocherita, ¿pasa algo?, ¿por qué no fuiste a la disco el viernes?, te esperamos con las flacas, estuvieron buenas, ya sabes. -No pude ir, tenía que hacer. -Tú tenías que hacer, no me hagas reír, sabes qué, tengo un negocio, es algo sencillo, ven a mi casa. -Okey (era un ok. Dubitativo) Esa tarde a pesar que sabía a lo que se dedicaba mi amigo fui a verlo. Estaba con dos chicas y sucedió lo de siempre: sexo y alcohol. Dos horas después se fueron y dejaron un maletín, le pregunté que contenía, no me respondió; intenté quitárselo pero me empujó, caí al piso y trate de agarrar sus piernas hasta que lo conseguí. Rodó pesadamente y el maletín, se abrió, era una sustancia blanquecina sin olor. -¿Vendes droga?. - Maldito hijo de puta ni una palabra a nadie si no te friegas, ¡ya estás jodido!. Me repuse y cuando mis manos tocaron la perilla de la puerta sentí un fuerte empujón y caí nuevamente: Era la policía. Aquella tarde, conversé con Carlos por última vez, estaba parado en la rampa del aeropuerto Jorge Chávez, custodiado por dos policías de la Interpol. Se lo llevaron a México. Nunca más supe de él.
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