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El pajarito despertó medio dormido. No sabía porque ni como pero simplemente había aparecido allí. Lo primero que vió fueron unos barrotes rojos, detrás de ellos un lugar desconocido para él. Unas personas parecían sonreírle, haciendo gracias y diciendo que el ambiente sería más ameno que ahora había un canario en la oficina.
El pajarito no entendía nada, él no había sido culpable de nada, primero estaba libre, comiendo cuando quería y viendo el sol brillar afuera, cantando con sus pares, y luego vino el humo, el sueño y finalmente, la jaula. Quería extender sus alas y solo había un techo, quería moverse pero los barrotes le impedían salir, al menos no tendría que buscar comida porque allí le iban a dejar, una mano que ponía semillas y cambiaba el agua, esa mano que era lo único que veía.
Querían que cantara, pero el pajarito no cantaba, no le nacía cantar, porque era el canto a la vida y ahora estaba preso, encadenado a vivir en esa jaula, no entendía porque los humanos parecían disfrutar con su tortura.
Trató de comprender a los humanos. Observó su comportamiento, sus movimientos, sus gestos, sus palabras. Desde su jaula pudo ver el mundo exterior que se le presentaba, hasta hacerlo parte natural de lo que era estar allí, aunque nunca olvidaría lo bello que es volar, donde lleve el viento. Se daba cuenta que los humanos parecían actuar como por rutina, mecánicamente, repitiendo lo mismo una y otra vez, porque veía a las mismas personas siempre haciendo lo mismo, yendo de un lado para otro, pasar horas y horas mirando una caja que tenía imágenes en movimiento, escribiendo una y otra vez, discutiendo. Pero siempre eran las mismas personas, su entorno era tal como su jaula, algo estático, inamovible.
“¿también estarán presos como yo?”, pensaba el pajarito dentro de su inocencia, de ese mundo. No entendía como habían seres que disfrutaran estar siempre en el mismo lugar, haciendo lo mismo día tras día, venían cada cinco días, pasaban el día entero y de noche se iban para volver al otro día. ¿eso podía ser posible?, veía el pajarito sus caras tristes, enojadas a veces, que se iban con amargura pero sin embargo volvían al día siguiente.
Un día la puerta de la oficina se quedó abierta mientras los humanos trabajaban, entonces pensó el pajarito “afuera está el mundo, el sol brilla, mis hermanos cantan, estoy seguro que cuando lo vean se van a ir de esta jaula, como yo haría si estuviera en esa situación. No lo dudaría”. Entonces uno de los humanos se levantó, caminó lentamente hacia la puerta mientras los demás lo miraban, al pajarito le brillaban los ojos, veía en ese momento sus sueños reflejados en ese humano que vería lo hermoso del mundo exterior y se iría, y así sería como si él mismo pudiera volar, porque ese humano lo trataba mejor que los demás, se preocupaba de su comida y agua. “ de seguro el sí saldrá por la puerta y no volverá, quiero que ese humano pueda ser lo que yo no puedo, ser libre”.
El humano llegó frente a la puerta, el sol brillaba, soplaba un viento que traía el aroma de la primavera, las texturas de los aromos de afuera, los sonidos de los pájaros. Si, debía irse, era la solución que todos debían ver. “estoy seguro que cuando él salga los otros también lo harán, y allí me dejarán libres. No puedo culparlos de tenerme encerrado si ellos mismos también lo están, presos de venir aquí y hacer lo mismo, lo más seguro que su amo dejó la puerta abierta. Deben irse, conocer la libertad, y se que él cuando la conozca también querrá dármela a mi”.
Tomó la chapa de la cerradura, miró durante unos segundos al mundo exterior, aspiró profundamente, luego suspiró pesadamente, sus ojos se llenaron de tristeza, y entonces de un portazo cerró la puerta sin mirar atrás. Pajarito no entendía que pasaba, porque no se fue y se quedó, nadie lo veía, era su oportunidad de ser libre y poder conocer esos lugares, de comer frutas silvestres, tomar agua de un arroyo, ver un atardecer no solo por las ventanas de la oficina. “¿Por qué humano?, ¿Por qué no te fuiste?, nadie te detuvo, nadie te miraba, pudiste haber salido y ser libre, y optaste por ir a tu puesto, tomar tu lápiz y seguir escribiendo…
El humano escribió unos minutos, luego miró al pajarito que tenía la cabeza gacha. Se levantó y miró a sus compañeros de trabajo. “No me gusta que esté así. Dejémoslo libre, nunca ha cantado en todo este tiempo. No se merece esto”. Nadie lo miró, todos estaban concentrados en sus cajitas de imágenes o escribiendo. Incapaces de percibir su entorno siguieron los autómatas trabajando. No le importaba, el pajarito era suyo, era su deber, su responsabilidad.
Se levantó, fue donde la jaula, miró al pajarito y este le devolvió una mirada llena de tristeza y resignación. “como puedo esperar que ellos me dejen libre si ellos mismos no conocen el concepto de libertad”. El hombre pareció percibir al pajarito, sonrió y tomó la jaula y caminó hacia la puerta lentamente mientras por primera vez el pajarito iba viendo la oficina con otra perspectiva, distinta a medida que se movía en dirección que siempre esperó dirigirse.
Tomó la chapa de la puerta y la giró lentamente mientras el viento entraban suavemente a devolverle la esperanza perdida al pajarito, mientras el sol le daba nueva vida a sus alas y a sus ojitos. Su mano se acercó a la puerta de la jaula, la abrió. “Eres libre. Quiero, que cumplas mi sueño”. El pajarito lo miró por lo que sería la última vez, cantó tan alto como pudo, tanto que el resto de los humanos voltearon a ver como tal ser tan pequeño era capaz de producir notas tan hermosas, abrió sus alas después de tanto tiempo. Sabía que nunca había olvidado volar, así que las agitó como nunca antes, se elevó tan alto, tanto que por un segundo llegó a opacar al sol.
El hombre, suspiró sinceramente. Cerró la puerta y entró de nuevo a trabajar, pero esta vez… Sonreía.

Texto agregado el 10-03-2008, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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