Se escuchaba gritar a los cerdos por todo el pueblo. La matanza comenzaba el día quince y por donde uno fuera caminando se oían los gritos espantosos de quienes en pocas horas terminarían estacados sobre una parrilla. A nadie le llamaba la atención, ni le impresionaba; ni siquiera a nosotros que apenas teníamos seis o siete años porque estábamos acostumbrados a esa manera tan particular de esperar el dieciséis.
-Están pintando los árboles pa´l dieciséis-decían los pueblerinos. Y engalanaban las calles y limpiaban los santos, le acomodaban el vestido a la Virgen y todo el pueblo se preparaba para el dieciséis. Hasta que el dieciséis de julio, día de Nuestra Señora del Carmen, patrona del lugar, llegaba para alegría de todo el pueblo de Carmen del Sauce.
Inocencia era la mayor de ocho hermanos, que más que hermanos eran como sus hijos. Tenía las manos ardiendo de lavar ropa, las piernas cansadas de caminar hasta la chacra para comprar la leche y los ojos mojados de trabajo y soledad. Para ella no había fiestas, no había plaza, no había amiguitos, sólo esperaba con ansias el Día de la Virgen. Se levantaba tempranito y a las siete de la mañana ya empezaba a escuchar las bombas que despertaban a todos lo habitantes. Enseguida comenzaba el ruido de los autos que llegaban de pueblos vecinos para agradecerle o pedirle una gracia a la Virgen del Carmen.
Sus padres se habían ido a la cosecha y como tardaban más de un mes en regresar, no podrían estar para los festejos patronales, entonces Inocencia, con sus escasos 12 años, cargaba sobre sus hombros la responsabilidad de criar a sus hermanitos. Sin embargo ella tenía siempre un ratito para su muñeca. Era una negrita de yeso, largas trenzas y vestidito colorado que una vez le había regalado su madrina cuando tuvo sarampión. Su madrina era la esposa del patrón y tenía un hijo de 27 años, el Antonio, alto, de brazos musculosos y mirada oscura, tanto que asustaba a Inocencia cuando la seguía con la vista si ella entraba al almacén a comprar yerba o fideos. Inocencia lo esquivaba, esquivaba su mirada y caminaba lo más rápido que podía.
A las diez de la mañana, empezaba la Banda a recorrer las calles tocando marchas, valses y tangos, precedida de las bastoneras. Y la pequeña Inocencia corría hasta la esquina para verla pasar; los ojitos se le iluminaban de emoción hasta que ese dieciséis, pasó lo que tenía que pasar. Detrás de la banda, venía tambaleándose, haciendo eses, el hijo del patrón. A Inocencia se le paralizó el corazón y salió corriendo hasta su casa.
Todo el pueblo había comenzado a llenarse de gente y la iglesia estaba tan abarrotada de fieles que debían dejar la puerta abierta para que los que quedaban afuera pudieran escuchar la misa. Por un altoparlante se iba escuchando al cura párroco dando su sermón y cantando desafinadamente Oh! María Made mía, oh consuelo del mortal…
Inocencia escuchaba desde su casa, mientras preparaba el puchero para sus hermanitos. De pronto se acordó que no había fideos para la sopa y aprovechando que el hijo del patrón, andaría tras la Banda o metido en la iglesia, salió de su casa para ir al almacén..
Terminada la misa comenzó la procesión. Todos querían ir adelante al lado de la Virgen para tocar su manto. Tanta era la cantidad de gente, que cuando la Virgen estaba llegando ya a la iglesia, recién se veía doblar la primera esquina de las cuatro manzanas del recorrido, a los últimos de la caravana. Inocencia los vio pasar mientras iba al almacén y le llamó la atención no verlo al Antonio. Se tranquilizó, seguramente estaría tirado debajo de algún árbol totalmente borracho.
-¡Viva la Virgen del Carmen!...! Viva!... y empezaban a escucharse las estrofas del Himno Nacional Argentino. Se agitaron pañuelos y banderitas saludando a la Patrona del pueblo y al terminar, todo el mundo se cruzó a la plaza, donde estaban los vendedores ambulantes, los juegos de tiro al blanco, embocar el pico de una botella con una argolla o tirar una pelotita dentro de una lata de aceite, que habían pintado con los colores patrios.
-Qué raro- dijo la madrina, la madre del Antonio- qué raro que Inocencia no esté acá con sus hermanitos, me gustaría darles dinero para que jueguen a algo y puedan sacarse un premio. Los premios eran, para esa época, una maravilla, todos querían ganarse la pelota o la muñequita de yeso con cachetes colorados, o la que estaba vestida de novia, dura y fría que solamente servía para ponerla de adorno y no usarla nunca. Llaveritos con la Imagen de la Virgen, autitos de plástico, un balde y una palangana haciendo juego o un mate y una bombilla donde estaba grabado "Recuerdo de Carmen del Sauce"..
Y llegó la hora de ir a comer. En la casa de Inocencia no comerían cerdo asado, los hermanitos estaban esperando el puchero. Y esperaron también a Inocencia hasta que llegó la tarde. La madrina apareció con una bandeja llena de pastelitos de dulce de membrillo. – Dónde está Inocencia?- preguntó. Nadie supo decirle nada y después de preguntarles si necesitaban algo, se fue porque ya llegaba la hora de jugar a la Tómbola. Era difícil ganar, siempre te faltaba un número para completar el cartón y cuando alguien grita ¡Tómbola!, todos empezábamos a gritar ¡Que lo done! ¡Que lo done!.
Ya estaba oscureciendo y todos empezaban a regresar a su casa para tomar una taza de chocolate con vainillas o pastelitos. Inocencia, ese dieciséis, no probó los pastelitos, ese dieciséis, no regresó del almacén.
Llegó la noche y la plaza otra vez comenzaba a llenarse de gente, pero esta vez era para ver los fuegos artificiales. Espirales, estrellas, cohetes, brillaban en el cielo hasta que por fin estallaba en mil colores, una capillita con la Virgen del Carmen en el medio y comenzaban las explosiones que con gusto hacían doler los oídos.
Pero nadie sabía nada de Inocencia. y sus hermanos quedaron esperando hasta entrada la noche y hasta el sábado también. Inocencia no apareció, fue inútil que la buscaran hasta en los pueblos vecinos. No estaba.
El hijo de la madrina tampoco.
-Busquen en el maizal- dijo algún viejo que sabía de estas cosas.
Esa noche del dieciséis nadie durmió, el pueblo entero buscó., hasta que el domingo a la mañana, sólo encontraron su ropa interior ensangrentada y la negrita de largas trenzas y vestidito a lunares, con una medallita de la Virgen prendida sobre el pecho.
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