Alejo Urdaneta
FEBRERO ALUCINADO
Este pequeño febrero
de breves manos
y brisa ligera.
Este chico febrero que oculta sus tumultos
nos ha visto grandes,
crecidos en la pasión de la luz,
babas inconscientes del deseo,
goterones de espesa lluvia
en tu rostro, en mi boca.
Y trazaba el natural febrero
la simetría de tu panal
de profundos ecos,
con su torrente de espuma,
música acompasada de chasquidos.
(El oficiante campanario
oculta el andar del tiempo
en cada golpe del badajo,
y febrero dice su brisa
con intensidad de piano blanco.
Funde su voz de amanecer
con el coral de la tarde,
y no sabemos si es alba el rubor
o la íntima armonía del Ángelus).
Están los mismos pájaros,
el instinto mueve su entraña
al ritmo del mundo
y pauta sus letras iniciales.
Están los mismos seres de la noche,
los mismos quejidos del sueño.
Está la vida.
Y la piedra y el árbol
nos imponen silencio.
Son estatuas en tu breve aparición,
campos de maíz calcinados
por el ardor de los cuerpos,
fértiles espigas a nuestros ojos,
alucinaciones viscosas
sobre redes inextricables
cubriendo el azar de peces y moluscos,
que huyen de la red
y caen en el lago resinoso de las bocas.
(Febrero pequeño como la dicha,
inmenso en la ansiedad y en la espera.
Alarido concupiscente
en la tierra sembrada por la savia,
por la lumbre a punto de ser fuego
en hornacinas de parajes secretos.
Este febrero innumerable
de iniciales balbuceantes,
extiende bruma y luz de luna.
brinda eclipses, cúmulos y nimbos
de la lluvia,
en la danza fugaz de la penumbra).
Abriré las flores de febrero,
extraeré el ámbar de su lujuria escondida:
Una rama dorada en manos
del duende tiempo
vendrá a mí en el afán inacabable
y se untará de tu sangre y tus vagidos,
lágrima servida en altar de vino.
(El atardecer de febrero
tiene números
que alargan la breve vida.
Tiene un día más en su infinito
a lo largo del corto suceder,
vive en la luz de una vuelta,
regresa a la ilusión de no haberse ido).
El instante de febrero es grana y aroma de mar,
salobre sabor en la copa,
reverencia en cáliz de humedad
en el cuerpo ennoblecido,
lloroso de dolor y goce,
abandonado de lo real,
estampa en cruz
sobre un sudario.
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