Desperté, como desde hace tantos años vengo haciendo cada día. Abrí los ojos que me habían quemado con luz, y con hielo, y al tratar de pararme llegaron los dolores que la espalda me han corvado poco a poco, para evitar el dolor, y el peso de los fantasmas que pesan sobre mis hombros.
Me pareció poco, y de nuevo intenté no volverme loco al querer encontrar la forma de un cuerpo ajeno que completara mi cama semi-vacía, cerré los ojos y palpando con mi mano la tibieza de mis sábanas manchadas de llanto, encontré una breve evidencia de una visita lejana, un sólo dibujo trazado sobre mi almohada.
Un cabello suyo, que una y otra vez olí al cerrar los ojos y por fin mastiqué hasta tragarme, seguro de poder así recordar y revivir sus sonrisas y sus llantos, mientras aprendía la lección de apretar los puños mientras se marchaba de nuevo, mientras contemplaba los lunares de su cuerpo que se iba escondiendo tras la ropa que la alejaba de mí.
Contemplé el mar de su mirada comprensiva hacia mi llanto de celos malditos, que me robaron las letras tantas noches que no durmió a mi lado sin decirme te quiero, y me pareció demasiado el intento de pedir perdón por extrañarla por adelantado. Ya estaba sentado mirando las paredes frías, la ventana que nunca más se empañó de nuevo, y la ropa que sucia nunca recobró su aroma.
El silencio que encerraba mis oídos se rompió arrancándome un suspiro que llevaba su nombre y mis labios sangraron entonces. No estuvo su mano para acariciarme, ni su voz para alcanzarme con una nota y un verso, y mis pies descalzos sintieron el frío que me arrancó el alma que saliendo por mi naríz, se alejó de mi cuerpo.
Me lancé hacia la nada, queriendo alcanzar algo de lo que algún día fuí, pero sólo logré sentir los cristales que viajaban conmigo en esa caída lenta y fría, que continuó interminable mientras ella tomó mi mano y me abrazó tan fuerte, que mi corazón se detuvo por esperarla. Ahora estamos juntos nuevamente, lo encontré todo y el cuerpo ya no me duele. |