Me encuentro sentado de nuevo en la cornisa de mi ventana, observando el paraje místico que la luna me ilumina. Miro hacia arriba, hacia abajo, a un lado, al otro; buscando tu paralelismo que como incógnita se esconde en mi carne. Sorprendido, recorro mi cuerpo con estos ojos vidriosos que surcan el cielo buscando tu mirada guía y procedo a tomar mis venas y jalarlas, desenredarlas en búsqueda de la forma y figura de la cual me siento tan dueño.

Suspiro, aspiro y respiro ese dulce perfume que me rodea como un nubarrón espectral al tenerte presente, al dibujarte, desdibujarte; al escribir y describir esas líneas taladradas, dictadas directamente por ti dentro de mi cerebro, de mi mente y emociones que carcomen mi alma al ritmo infame de estar y compartir contigo.

Y viendo, surcando el cielo con esta mirada dulce que solo he de tener por ti; acaricio el viento que me abraza como si fueran tus brazos... Y lo son.

El eco repite el arrullo de Nurmur, los cielos se nublan, la luna se oculta, entrada triunfal. Ya no existe nada que no pudieras alcanzar. Te doy mis manos, mi olfato, mis oídos, todo por tan sólo una mirada que me filtre en musa, que me filtre en diosa.

La noche es hermosa y disuelve la materia, se convierte en el crisol de nuestros cuerpos y voces, de nuestras manos y ojos, nos une en uno que es perfecto, uno que es oro puro y fuego fatuo.

Y entonces me torturo; ¿qué me deparan tus ojos… tus ojos infinitos?. Te deparan la fatídica agonía de ser y convertirse en inmortal; esa llama de vida eterna que el augurio de nuestra visión convertida en una nos depara, buscando, surcando el cielo y las nubes de magma que cubren nuestro manto de estrellas debajo del cual vivimos; inmplotando, explotando, fusionándonos...

La creación del universo nace así, como las leyendas de nieve, como las noches de luz. Un punto que se enciende, se extiende y quema todo. No importan las palabras, el lenguaje es místico, puro e inocente. Me basta eso. Bastan unos instantes de cercanía para crear, unos minutos de agonía y ansiedad para encender, explotar y alumbrarlo todo. Observa ahora esta ciudad de fuego sentado en tu cornisa, son las luces que velan tu sueño, tú no lo sabes, pero ya las has filtrado por tus ojos, no lo adivinas pero me has dejado entrar.