Sabes que no me gusta hablar de olvidos, no me gusta tampoco hablar de penas, pero al verte esta mañana, no pude evitar echar una mirada al pasado, y recordar aquellos tiempos en los que tu mirada me anunciaba nuevas buenas. Eras un poco como mi hada madrina, aquella que no podía jamás, dejar pasar una alegría y sobre todo no podía dejarla pasar sin anunciármela. Por eso esta mañana, cuando me he asomado al huerto de papá, y a lo lejos he visto tu paso lento, y la sonrisa que has querido mostrarme, no sabes con qué nostalgia me hiciste mirar al pasado. Después has llegado hasta mí, y me has plantado un ligerísimo beso en la mejilla, me has preguntado por mi mujer y mis hijos, y aún antes de poderte contestar, ellos también se han asomado al huerto y con alegría han recibido de ti la bienvenida.
A veces, en esas noches en las que parece que nada tiene sueño, o mejor aún, nadie tiene vigilia, has asomado de tiempo en tiempo tu sonrisa hasta mi lecho, -es grato saber que por lo menos en mis sueños, nada parece ensombrecer tus sueños-, y entonces me lleno de felicidad al ver como corres con tu cabello al viento, con las manos que quieren dibujar ilusiones y la voz que, brota de tu pecho, entonando voluntariosa la melodía que de joven me despertaba cada mañana.
Sabes que no me gusta hablar de olvidos, pero debo confesarte que añoro poder hablar de recuerdos, sin importar siquiera que estos estén llenos de nostalgias y melancolías, sólo hablar de recuerdos; de aquellos días en que el calor dibujaba sobre tu rostro esa estela de colores que iluminaba tanto tu sonrisa, días en los que la mañana parecía hacerse eterna, y que te descubría frente al espejo, cuando apenas empezaban a brotar en tu mirada los primeros rayos de primavera, días en que la música del viento hacía gala en torno a tu figura, -menuda siempre-, y en que, las noches alumbradas por la luna, trataban inútilmente de descubrirte algún secreto que pudiera encadenarte. Tengo que aceptarlo, ¡nada pudo hacerlo!
Por eso ahora, después de que ha pasado tanto tiempo, al asomarme esta mañana al huerto de papá, y ver a lo lejos tu figura, y ver sobre todo tu paso lento, vuelvo a repetirte: María Magdalena sabes que no me gusta hablar de olvidos, no me gusta tampoco hablar de penas. Por eso voy a cerrar los ojos un momento, esperando que llegues a mí, y voy a seguir imaginando que tus manos siguen dibujando ilusiones, mientras depositas en mi mejilla un beso ligeramente más tronado.
© 2015 Oscar Mtz. Molina |