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La Isabel era la hija de doña Magda. En realidad se llamaba Magdalena pero todos le decían Magda. Bueno, la Isabel tenía para aquel entonces 17 años y era una cabra bien bonita, que se gastaba un lindo par de piernas que terminaban en un nada despreciable zapallo de guarda, entiéndase “tremendo poto”. Las tetitas eran como de otro cuerpo, pues eran chiquitas, pero bien paraditas y duritas. Yo tenía 15 años y ayudaba a mi papá con el puesto 25 de la Feria de San Carlos donde vendíamos papas. Mi desarrollo había sido ahí no más y a no ser por un incipiente bigotillo, pasaba por un cabro de 13. En resumen, la Isabel no me pescaba ni en bajada. Claro, como ella pinchaba con gallos de 20 y más, no se interesaría en un mocoso como yo. Yo vivía mirándola pues el puesto de su mamá estaba justo al frente del nuestro. Varias veces me ofrecí solícito a ayudarlas a armarlo en las mañanas y era ahí donde la Isabel me regalaba una sonrisa tan hermosa que me iluminaba el día. Sin duda estaba enamorado de ella y se había constituido en la musa inspiradora de mis más ardientes actividades nocturnas… je je. En mi casa sabían de mi amor por la Isabel, esto por las constantes tallas que me hacía mi padre, al punto que me decían “el Chabelo”, a todo esto no les he dicho que mi nombre es Ernesto. A mi no me importaba y sólo me limitaba a pensar que el día que llegara con ella para anunciarles nuestro matrimonio, se caerían de traste de la impresión. Claro que estas eran sólo fantasías, pues tal como ya señalé, la Isabel poco interés manifestaba por mi existencia. Pero como la vida es justa cuando lo es, un día de Abril o Mayo, se produjo el acontecimiento que cambió esta historia. Estábamos con mi papá con nuestra venta habitual de corailas, cuando se sintió un bullicio por sobre el bullicio propio de la feria. Era una discusión de doña Magda con un gallo que le llamaban “el Tiznado” y que era como el choro del lugar donde se hacía la feria. El Tiznado como siempre quería llevar cosas sin pagar, argumentando que eran para los cabros chicos pobres y que él era como Robin Hood y el que se metía con él se fría. Doña Magda le gritaba que ella estaba aburrida y que a lo sumo le podía cobrar menos, pero que no le regalaba nada más. El Tiznado estaba cada vez más rojo, casi morado diría yo y sin más trámite que solo hacerlo, saco un cuchillo de 20 centímetros y se lo puso en la pera a la pobre doña Magda. El ¡¡Ohhh!! fue general y de ahí un silencio que permitió escuchar las palabras proféticas del Tiznado… “mira vieja re…, no te clavo por que hay muchos sapos, pero espérate que me voy a cu… bien cu… a tu hija y ahí vas a saber quien soy yo”. Dicho esto y sin que nadie dijera pío, el Tiznado desapareció como el diablo que sin duda era. Ahí se le soltó el llanto a doña Magda y también a mi pobre Isabel quien se debía estar imaginando como el instrumento de la venganza del maldito Tiznado. Todas las feriantes de los puestos cercanos, saliendo de la impresión, se condolieron de ellas y no faltaron las palabras de apoyo y todo eso. De los feriantes hombres no se obtuvo mayor solidaridad que unas tibias meneadas de cabeza, esto quizás por no querer meterse en problemas que involucraban nada menos que al Tiznado. Pero aquí fue donde me cambió la vida y cómo se preguntarán ustedes. Acaso salí corriendo tras este mequetrefe y con una llave de Judo lo reduje, poniéndolo a disposición de la justicia?... nica, el asunto fue mucho más simple. Me convertí en el acompañador oficial de estas dos mujeres, teniendo como misión irme con ellas hasta su casa una vez terminada la feria. |
Texto agregado el 07-03-2008, y leído por 80 visitantes. (1 voto)
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