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En la primera noche creyó que había sido un descuido. En la segunda noche prefirió no creer nada. En las siguientes noches, cuando despertaba de repente sintiendo el calor húmedo en la entrepierna y el pijama empapado de orines, se comenzó a preocupar. Su esposa, siempre atenta y cariñosa, recogía las mantas mojadas y las cambiaba por otras que ya había preparado de antemano. Una rutina que no le gustaba a Julián. Mientras se lavaba el miembro y las piernas hacía una lista mental de lo que podría estarlo afectando. Lo más probable sería cáncer de próstata, incontinencia, stress, nerviosismo, deudas, traumas infantiles que comenzaban a joder, o quizás, simple y sencillamente, un gran cansancio que le impedía despertarse a tiempo. De cualquier forma, cuando regresaran a casa, iría a visitar al doctor. En dos semanas. Hasta entonces debería acostumbrarse a vestir un pañal, uno del paquete que su esposa había comprado ayer, discreta como siempre, y colocado en silencio, como si no quisiera, en el cuarto de vestir. Lo bueno de esa casa era la gran cantidad de cuartos y pasillos que lograban una discreción para los dos. A veces tenía que llamar a su esposa en voz alta para saber en qué cuarto la encontraba. La casa de su suegra. Días antes había muerto en el hospital. El fin de semana pasado se hizo la ceremonia de entierro. Muchas lágrimas. Julián intentó llorar en el cementerio y no pudo. Tuvo que disimular algunas lágrimas para entonar con su esposa y con el resto de los presentes que lloraban desconsoladamente. No es que no sintiera tristeza, si la sentía, pero no la suficiente tristeza para llorar. Su suegra y él nunca se habían entendido, tampoco se habían odiado. A pesar de la relación obligada durante años, y de los regalos de navidad que se obsequiaban con una sonrisa, y de compartir el cariño por la misma hija y esposa, y de aceptar la existencia obligada del otro, a pesar de eso guardaron un rencor mutuo, nunca hablado, bien disimulado, pero presente en todo momento.
Años atrás, cuando visitaron a su suegra por primera vez, en esa enorme casa en la que ella vivía sola, se sintió incómodo. No es que la suegra hubiese sido grosera, todo lo contrario. Fue bienvenido con su comida favorita. El día se planeó según sus gustos, con ida al cine para ver Terminador 2 y luego cerrar la noche bebiendo un par de cervezas en un bar. La suegra, a pesar de odiar la violencia y estar acostumbrada a dormir temprano, sonrió y colaboró con buen humor. Lo importante era estar al lado de su hija. En realidad, Julián se sintió incómodo por un simple detalle: el WC. En esa casa tan grande sólo había un cuartito de WC con una puerta delgada que dejaba asomar cualquier mínimo ruido al exterior. Lo que más le incomodaba era que la delgada puerta del WC estuviese frente a la puerta de la recámara de su suegra… dos puertas delgadas colocadas frente a frente, con un angosto pasillo de por medio. La señora se pasaba casi todo el día en cama, leyendo o viendo la televisión, con la puerta entreabierta, así que cada vez que Julián iba al WC saludaba a su suegra rápido y entraba a hacer sus necesidades. Orinar era un problema más grave que cagar. La suegra le había pedido, con todo el respeto, que lo hiciera sentado para que evitara salpicar el resto de la taza o el suelo. Orinar sentado es de maricones, había pensado Julián, así que lo hacía arrodillado, más o menos, para que no se escuchara el ruido del chorro al caer sobre la loza. A veces odiaba tener que ir al WC y se aguantaba las ganas matutinas para hacerlo cuando la suegra se iba de compras con la hija, y cuando no, se largaba a un bar y cagaba en esos inodoros sucios y apestosos, pero sin el oído vigilante de la suegra.
Ahora, después de la muerte de su suegra, Julián podía ir al baño sin sentirse incómodo, o al menos así fue durante los primeros días. Todo comenzó cuando se fundió el foco del pasillo que dirige al WC. Un pasillo tan oscuro que incluso en el día debía ser iluminado. Julián quiso colocar un foco nuevo, pero su esposa le dijo que mejor no lo hiciera porque ya pronto se irían de esa casa y no regresarían más. Sería vendida. Julián sentía una especie de miedo cada vez que entraba al WC. Caminar por ese oscuro pasillo, tener que pasar por la puerta del cuarto de la difunta suegra, ver la cama, las sombras, el vacío que ocultaba algo más negro en su interior… el primer día después del entierro intentó orinar parado, como le gustaba, pero no pudo. Sintió la presencia, o quizás se la imaginaba, pero no le contó nada a su esposa para que no pensara que estaba loco. Además ya su pobre mujer tenía suficiente con soportar la tristeza. El miedo fue creciendo. Un día cerró la puerta de la recámara de la suegra. Cuando Patricia le preguntó el porqué Julián le explicó que lo hacía como señal de respeto. Ella dejó las cosas así. Patricia a veces entraba a la recámara y se olvidaba de cerrar de nuevo la puerta, a veces no. El caso es que la puerta siempre estaba entreabierta cuando Julián iba al WC y eso lo ponía nervioso. Cada vez evitaba más ir al baño. Su mujer alargaba la estancia en casa de su difunta madre con un nuevo pretexto y Julián, intentando ser comprensivo en esa circunstancia tan difícil se guardaba el miedo.
Por eso, en aquella ocasión, cuando abrió los ojos en medio de la noche con fuertes ganas de orinar y con su esposa dormida al lado, decidió ir al WC. Odiaba dormir con el pañal puesto como un bebé o un anciano. Ya varias noches despertando con los orines regados en las mantas le habían mortificado el sueño. Se levantó de la cama decidido a vencer el miedo. En la oscuridad caminó por el pasillo. La puerta de la recámara de la suegra estaba cerrada. Muy bien. Encendió la luz del angosto cuarto del WC, cerró la delgada puerta, se quitó el pañal. Con la mano derecha, temblorosa, cogió su miembro erecto y orinó parado, gozando el ruido del chorro al caer contra la loza fría de la taza; sintió algunas gotas salpicar sus rodillas, sus pies…. Tantas eran las fuerzas reprimidas.
Al terminar bajó el agua de excusado, satisfecho. Se acomodó el pantalón del pijama. El pañal se quedó en el suelo. Ya no haría falta. Que se lo meta su cariñosa mujer por el culo.
Abrió la puerta del WC. Antes de apagar la luz descubrió, más con curiosidad que con susto, que la puerta de la recamará de su suegra estaba entreabierta. Harto de ese juego, decidió entrar a la recámara.
Encendió la luz.
La puerta se cerró detrás de él.
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Texto agregado el 06-03-2008, y leído por 397
visitantes. (6 votos)
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Lectores Opinan |
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05-06-2008 |
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Compañero...me ha encantado. Lo describes genialmente bien. Pobre Julian, que habrá sido de él. Mis felicitaciones y un fuerte abrazo*****Pablo MELENAS |
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22-03-2008 |
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Yo creo, Jovauri… que si bien tiene usted buenas ideas y algunos aciertos en el camino… su prosa es demasiado mecánica y facilona, como para tener la solvencia que usted se adjudica al hacer algunos comentarios, por demás hirientes, burlones, y pasados de prepotencia. Ahora, más que de tiempo para extenderme, carezco de ganas, pero déjeme hablarle por ejemplo de la falta de uniformidad que se desparrama por sus textos, como esa mezcla de frases cortas de dos palabras, seguidas de párrafos extensos de muchas líneas, que en conjunto, entorpecen de una manera muy marcada la lectura. Y qué de decir de la mezcla de supuestas ideas innovadoras, con cuentos de la abuelita que cuenta cuentos de la bisabuela. Además de la redacción y sus tropiezos, y su notable incapacidad de seguir una coherencia semántica en el discurso, y su empobrecida técnica a la hora de ampliarse en un tema sin poder llegar a un final que merezca siquiera la atención. En conclusión, y para no extenderme, decirle que escribe bien, que me parece una de las personas que escriben, digamos… “no tan mal” en esta página, que es incluso ampliamente rescatable su obra… pero que le falta entraña, genialidad, víscera, vena, sangre… o mejor dicho: le falta eso que tienen algunos... esos que provocan una precipitación de emociones y de sudores en los ojos, un temblor en el pecho, unas ganas de tirarse de los pelos y de seguir leyendo, porque no se puede parar, porque es una locura que atrae hasta los sesos. Así que, mi estimado, le falta eso, y le sobra quizá demasiada táctica y demasiado cerebro, a mi parecer, lo que lo convierte en otra de tantas personas que escriben mecánicamente y calculando el área de la hoja, sin sentir, sin derramarse, y dejando tan sólo la constancia de que son una maquina más que escupe palabras. Bueno, hasta aquí lo dejo. Mis saludos y que todo le vaya bonito. Thais_ |
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21-03-2008 |
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VinE Acà por remendaciónamiento de guy. ME gusto mucho, la uniformicionidad de las linias. quelindo se ve desde ajueera. me reteencanto. Mis estrellas. Chancho_Mental |
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18-03-2008 |
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En general no estoy de acuerdo con este tipo de finales porque a) suele parecer que el autor no supo cómo terminar el cuento y lo dejó abierto y b) si la temática anda por lo sobrenatural, fantástico o fantasmagórico creo que es obligatoria una explicación final que justifique. Sin embargo este cuento me gustó, tal vez porque está bien cuidado o eso parece, o tal vez porque el autor no ve las cosas como yo, y eso está lógicamente aceptado. Sí, me resultó atractivo de leer. guy |
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06-03-2008 |
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Me gusto, porque el final cada lector se lo imagina. Palave |
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06-03-2008 |
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Buenísimo. Esos fianles que podes imaginarte lo que quieras. Me encanta. ***** sleepalone |
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