Podría hablarles de sucesos absurdos. Sucesos irreales, que nadie creería, pero que yo he visto. Lisérgicas fantasías, quizás hijas del ácido. Quizás hijas de esta nueva cultura. Quizás, verdugos de mi mente.
Podría describir sentimientos que a la mayoría le son ajenos. Sensaciones que muchos considerarían imposibles. Otros tantos colgarían, sin pararse a pensar, la etiqueta de locura. Sin embargo, hablaré de mi familia. Familia media que, por otra parte, no posee, creo, más rarezas que otras.
Mi madre aún está en la iglesia. Probablemente el confesionario esté cerrado. Pero ella allí sigue, bien a pesar de que el cadáver del sacerdote hace tiempo que dejó de escucharla. Ella le pide al muerto con sotana que tanto mi padre como sus hijos sean liberados por sus secuestradores. Como si alguien o algo nos retuviera en contra de nuestra voluntad. Como si ella misma no fuera también una presa. Sin embargo el cráneo sagrado sigue inmóvil, mientras cadavérica yace la negra figura, pues incluso Dios, del que dicen los que le conocen que es perfecto, se aburrió un día de escuchar sus gimoteos.
Mi hermana está en su colorida habitación. Amenaza desde hace años - no acierto a recordar cuantos- con una cuchilla en las muñecas porque dice que nadie le hace caso. Y bien es cierto que nadie jamás se lo hizo, y ni siquiera a pesar del inminente suicidio ha logrado llamar la atención de nadie. Grita porque dice no asumir que su novio le ha dejado. Pero lo cierto es que jamás encontró a alguien capaz de aguantarla hasta el punto de llamarle pareja, y por desgracia tampoco confío en que sus amenazas se lleven realmente a cabo.
Mi hermano pequeño, en su intento por huir de esta monótona locura, quedó atascado en la taza del retrete, rodeado de números atrasados de revistas pornográficas. Tampoco nadie fue a su rescate, y creo que él tampoco lo hubiera demandado.
El cabeza de familia que llamaban antes está secuestrado por el verdadero dueño de la casa. Así es. Mi padre lleva ocho años cautivo. El televisor le tiene preso, y él, para salir del tedio, juega a ponerse el chándal para leer diarios deportivos y ver el fútbol porque esto del deporte rey es muy serio para él.
Y yo aquí sigo, fumando sentado y pegado a un discman. Esperando a que pase algo que no haya visto ya. Porque hace mucho tiempo que mis pupilas se salieron del iris, y mis mejillas se hicieron de puro vacío de morderme por dentro. No sé si más LSD será la solución fácil.
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