La noticia fue tremenda, absurda,categórica:un hombre de veinticuatro años de edad dio muerte a su novia, de veinte, y luego se quitó la vida.
En una carta a la policía, explicó el móvil de su trágica determinación: la infidelidad de la dama.
No es menester ahora establecer el lugar en que transcurrió el drama.Ni los nombres de los protagonistas.Todo quedó atrás. Meditamos en el hecho. Y se apodera del ánimo el espanto de la soledad, la soledad ilímite que rodeó la existencia del joven amante. Exactamente la misma soledad que colmó la existencia de Don Zoilo, personaje central de ¨Barranca abajo¨, de Florencio Sánchez, que optó por morir de su mano. A la incitación de alguien para que sobreviviese de su angustia, sentenció:¨Amalaya fuese tan fácil vivir como morir!¨. Lo supo, además, Gabriela Mistral por ese verso:¨Duro oficio el de vivir...¨
La existencia humana es posible a través de una profunda idealidad. El ser humano arriba a la vida y es depositario de una vigilia que no solicitó. En primerísima instancia, es una vida que carece de objetivos concretos: es imposible trazarle rumbos, contenidos, vivencias. La vida que llegó ignora lo que es la vida, ignora, asdemás, qué es lo que hará con ella. Lo cierto es que está condenado a sobrevivir, a instalarse en la perspectiva humana con el caudal de sus emociones. En suma,existir.
Y existirá a través de las conquistas espirituales en el mundo y con el amor que le fue dado descubrir, Cuáles fueron las esencias de ese mundo y la naturaleza del amor que le tocó compartir? ¿Se amaron los padres? ¿Los padres amaron a sus hijos?.
El ser humano es capaz de amar en la dimensión de los sueños que pudo atesorar por la gracia de una vida enamorada. El amor es una residencia: el ser humano no aprende a amar del mismo modo que aprende a leer: se ama. Lo que puede haber de intensidad en su amor es la devoción que ha rodeado su propia existencia. De este modo, quiere con la misma intensidad con que se quiere a sí mismo: la mujer que ha elegido es la que se hallaba ya en su corazón por la imagen de la madre recóndita: la que conoció; la que no conoció más idealiza. Siempre la madre, asilo de la soledad original: la de ambos.
La soledad fue absoluta para los dos. Y cuando el joven advirtió que el ser que amó no era el mismo que frecuentó en el espléndido horizonte de sus sueños, se encontró sin protección frente a la soledad inabordable: no haber hallado el rumbo de amor que lo acercase a la madre, a la eternidad de la madre.
Y se negó a compartir la vida que no había solicitado, las miserias de una asociación porqueriza. Lo cierto es el rasgo de la poesía profunda que se extrae del trágico episodio: estranguló la imagen de amor que le vino de su vida en demanda de su plenitud interior.
No siempre la poesía está en el verso...