Está húmedo y hace calor. Calor y llueve afuera. Una lluvia fina, mansa, parece que está comenzando el invierno, otoño quizás. Dentro de casa, se oye ruido, barullo, murmullo fuerte, constante, no acaba más. Y el olor, ¿que olor es ese? ¡Fuerza! ¡Fuerza! Las gotas de sudor deslizan por la tez, no aparece una, después la otra ¡no!. Aparecen todas juntas, brotan a montones, parecen millones. Los vidrios de la ventana también se cubren de goticuelas, a borbotones también. Hay que encontrar algo pesado para golpearlo, el cuchillo, el cuchillo bien afilado. ¡No! Solo el cuchillo no es capaz de destrozarlo, tiene que ser algo pesado y duro para poder golpear su dorso y hundirlo. Hundirlo y herirlo. Un hierro, un martillo talvez... ¿Cómo herirlo?, ¿Cómo destrozarlo?
¡Hay prisa! Hay que sostenerlo fuerte que no deslice y partirlo. El puchero está hirviendo y todavía falta ponerle él zapallo.
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