Hoy había un rinoceronte en el cielo. Era gigante.
A pesar de su tamaño nadie lo vio.
Su compañera era una estrella que lo seguía en su afán por cumplir su sueño.
Su sueño era correr hasta envolverse en los grandes y cariñosos brazos del mar, donde por fin podría descansar.
Pobre, el viento, su mayor enemigo lo detuvo y cada vez que intentaba avanzar sólo retrocedía camino a la cordillera.
Ese rinoceronte de metas claras y firmes murió en el intento, no llegó al océano, ni siquiera logró divisarlo.
Su cuerpo se hizo humo y la estrella, su compañera inseparable, quedó sola, con el único recuerdo de quien fue su único amigo, esa alma acompañante que no estará para consolarla cuando se sienta sola, cuando la luna brille mucho más que ella y en el cielo, sea simplemente un punto invisible para todos.