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Ricardo era un mecánico de autos. Le decíamos Ricky. Era un excéntrico. Dormía haciendo la vertical contra una pared, no comía carne pero fumaba y bebía cerveza. Hablaba mucho, de religión sobre todo, pero ateo. Se pasaba las tardes hablando y creo que la mitad de las cosas que decían eran invenciones pero era entretenido escucharlo. Por eso nos reuníamos en su taller, todos los días.
Un tipo le había dado un billete falso a Ricky. Uno de cincuenta pesos. Fue en una ferretería. Entonces nos subimos al torino, era de noche, y con gomeras y bulones rompimos los vidrios del negocio. Pensamos en tirar nafta y prender fuego, pero era demasiado, había sido solo un billete falso. Volvimos al taller, tomamos cerveza. Ricky arreglaba un carburador. Tenía la cara manchada con grasa, me contaba que había leído “El Capital” de Marx. Me pedía que le explique que entendía yo por plusvalía. Yo ni siquiera conocía la palabra. Cayó la policía. Golpearon la puerta y estaba abierta y entraron.
Ricky estaba debajo del auto. Yo con un vaso de cerveza en la mano. Ustedes rompieron la vidriera de la ferretería, dijo el policía. Nosotros estamos tomando cerveza, dije. Para qué son esas gomeras, habló el policía. Las gomeras estaban tiradas en el piso junto a unos bulones. Son para cazar pajaritos, dijo Ricky. Me imagino, contestó el oficial, me van a tener que acompañar. Tomemos cerveza, le dije. El policía miró a su compañero. Ricky sacó el billete de cincuenta pesos. Miren este billete, dijo, es falso, me lo dio el ferretero ¿ustedes son la justicia? Yo hice justicia, les ahorré el trabajo ahora tomemos cerveza. Les serví dos vasos llenos. Los oficiales se sentaron sobre unos cajones de madera.
Una laucha cruzó corriendo entre unas cubiertas. Es Rita, dijo Ricky, mi concubina. Llegó Javier. Javier era gordo, petiso, con un bigote mexicano y lentes. Como van las putas, le pregunté. Un poco mas de respeto, dijo Javier. Había concretado su sueño de tener un prostíbulo. El lugar se llamaba “El búho”. Pequeño, miserable, con dos o tres mujeres gordas que no daban para pagar el alquiler. Javier pedía las mujeres al paraguay. Les mandaban siempre gordas. Feas. Abyectas. Dignas de vergüenza. Así no puedo seguir, dijo
Javier. El paraguayo me mandó un pibita de catorce años. La tuve que mandar de vuelta, tuve que pagar yo el pasaje. El negocio de la prostitución esta perdido, dijo el policía. Javier lo miró. Las minas se entregan por nada hoy en día ¿quién va a pagar por curtirse una gorda? Javier bajó la cabeza, como aceptando la realidad. Servime cerveza, dijo.
Dicen que Jesús se casó con una prostituta, dijo Ricky. Esas son cosas que inventan, dijo Javier, se dicen muchas mentiras. Tengo ganas de comer huevos fritos, dijo el policía. Ricky se asomó desde abajo del auto. ¿Huevos fritos?, dijo. Sí, con jamón, y queso. Un omellete. Yo no se cocinar, dije. Yo tampoco, dijo Javier. Trae una de tus chicas, le dije. Sí, trae a las chicas, dijo el policía. Javier frunció la cara, son paraguayas, no saben hacer omelletes. Una tortilla de papas, dijo el policía. Javier se levantó y se fue a buscar a las chicas.
Ricky juntó unas maderas. Encendió un fuego. Junto con el policía arrimaron un disco sobre las llamas. No tengo aceite, ni papas, ni huevos, dijo Ricky. Dame el billete de cincuenta pesos, dijo el oficial. Se fueron los dos policías. Ricky volvió a meterse debajo del auto. Luego se asomó. Me cagaron los cincuenta mangos falsos, dijo. Ya estaban perdidos, contesté.
Volvió Javier con las chicas. Eran dos gorditas, adolescentes. Vestían pantalones jeans. Muy ajustados. Saben hacer omelletes, les dije. Por supuesto, dijo una. Y tortillas de papas, pregunté. También, dijo la otra chica. Eran lindas de cara. Una belleza rara. Con rasgos indígenas. No tenían tetas. Gordas y sin tetas, un ejemplo del fracaso en la distribución de la grasa corporal, pensé. Llegaron los policías. No me aceptaron el billete falso, dijo uno. Pudimos manguear huevos y papas, pero no aceite. Javier estaba sentado sobre una cubierta. Miraba a la laucha que se asomaba entre los fierros. Javier, prestanos plata, dijo Ricky. No tengo, contestó. No había plata pero había cervezas. Muchas. Bebimos. Las chicas bebieron. Javier bebió demasiado y se quedó dormido.
¿Cuánto les paga?, dijo el policía a las chicas. Poco, una miseria, dijo la que parecía mas joven. Javier dormía sentado en una silla. Con las piernas estiradas, las manos cruzadas sobre el pecho. Uno de los policías acercó unas maderas al fuego bajo el disco, se estaba apagando. ¿Para qué es ese disco?, dijo una de las chicas. Para hacer tortillas de papas, u omelletes, dije yo. Pero no tenemos plata para el aceite, dijo Ricky. La chica que estaba sentada sobre el capot del auto se bajó de un salto. Camino hacia Javier, le sacó la billetera del bolsillo. Acá tenemos, dijo. El policía tomó la plata, salieron otra vez los dos.
Ricky salió de abajo del auto. Estaba todo engrasado. Se lavó la cara y las manos en una pileta. Luego se acercó con el teléfono celular en las manos. Chicas les saco una foto, dijo. Las chicas se abrazaron. Luego me metieron a mi en el medio y Ricky sacó otra foto. Bendito tu eres entre todas las mujeres, me dijo. Javier dormía. Ricky le sacó una foto.
Chicas podemos hacer un video, dijo Ricky. Si, dijo una, yo puedo cantar. Yo bailo, dijo la otra. No, dijo Ricky, vos cantas, me señaló a mi, ellas bailan. Agarré un palo de escoba y canté una cumbia. Chicas muevan más el culo, decía Ricky, nos filmaba. Qué lastima no tiene minifaldas, dijo, hagamos otro video, otra cosa. Que otra cosa podemos hacer, dijo una chica. Llegaron los policías. Venían con el aceite.
Quién hace las tortillas, dijo uno. Yo, dijo una de las chicas. Ellas pelaron las papas, y rompieron los huevos, y pronto estaba todo fritándose en el disco. Estaban agachadas, a una le asomaba la tanga por encima del borde del pantalón. Ricky le sacó una foto. Las chicas miraron. Les saqué una foto cocinando, dijo él. Compremos una gaseosa dijo una de la chicas. Sacó más plata de la billetera de Javier y fue al kiosco de la estación de servicio.
Comimos la tortilla. Estaba rica. Había grasa y envases de porrones por todos lados. Javier roncaba, un ruido molesto como si le burbujearan los pulmones. Chicas saquemos unas fotos, dijo Ricky, pónganse las gorras de los señores policías, dijo sonriendo, y las esposas colgando. Me entusiasmó la idea. Eran gordas, sin tetas, pero eran simpáticas y tenían algo que las hacía atractivas. Las chicas se miraron. No queremos, dijo una. Hay plata, dijo el policía. Cuánta, dijo la mas bajita. Cincuenta pesos, dijo el oficial mostrando el billete.
Las chicas se sacaron las remeras y tenían unos corpiños pequeños que no contenían nada. Se pusieron las gorras de los policías, las esposas alrededor del cuello. Muestren un poco el culo, dijo Ricky. Las chicas se desajustaron los jeans. Ricky sacó unas fotos. Bueno, basta, dijeron las chicas. Una fotos más, dijo el policía, una que se vea bien el culo. Las chicas se agacharon. El policía les dio el billete. Es falso, dijo una. Es lo único que tenemos, dije yo, lo pueden cambiar en algún lado. Nos cagaron, dijo la chica. Fue divertido, dijo la otra. Hagamos un video, dijo Ricky. Yo quiero participar, dijo uno de los oficiales. Yo también, dijo el otro. Las chicas se sentaron sobre el capot del auto. No decían nada. Queremos más tortilla, dijeron al final. Corté unos pedazos. Se los acerqué en un plato. Ellas comieron. Hagamos un video en el que aparezca el auto, dijo el policía. Las chicas seguían comiendo. Una escuchó el comentario y sonrió con picardía.
Javier despertó. Primero entreabrió los ojos y después se desperezó. Qué hacen, dijo. Vamos a hacer un video, dijo Ricky. Con mis chicas, dijo Javier quejándose. Ellas quieren, dije yo. Nosotras no dijimos nada, dijo una. Javier, ya le pagamos a las chicas, dijo Ricky. Una de ellas mostró los cincuenta pesos. Está bien, dijo, hagan lo que quieran. Ellas rieron. Los policías rieron. Dame mas cerveza, dijo Javier. Las chicas estaban sentadas en el capot del auto. Los policías charlaban con ellas. Ricky borraba fotos de la memoria del celular para tener mas espacio. Usemos las esposas, las gorras, y las gomeras, dije yo. Nosotras somos policías, y los policías ladrones, dijo una de las chicas. Javier miraba sentado en la silla, con las manos apoyadas en el respaldo, como si quisiera que todo terminase pronto.






























Texto agregado el 04-03-2008, y leído por 432 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-03-2008 Descripciones puntuales, narrativa excelente. Un texto imaginativo y divertido. En resumen, todo un placer leerte. Un saludo! josef
07-03-2008 Me parece displicente y divertido. Un texto que no puedes soltar hasta el final, y mientras lo vas leyendo ríes y ríes. Al final, supongo que te faltó algo más inesperado que estuviera a la altura del resto del texto. Me divertí mucho leyéndolo. Saludos. Jazzista
05-03-2008 Muy simpático, digno de un comic. flop
04-03-2008 Una fotografía de la realidad... naiviv
04-03-2008 Muy buen cuento, muchas imágenes familiares para aquellos que hemos vivido cosas extrañas con el alcohol, que no se sorprendan algunos puritanos que mandan mensajes asustándose de lo ilógico de este tipo de reuniones dionisiacas. De lo que si estoy seguro es que había algo más que simple alcohol allí. Cordiales saludos ditirambo
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