Imagina que eres un niño de seis años y que es diciembre de 1980.
Piensa en un viaje familiar en el coche-dormitorio de un tren, contigo en la cama de arriba de uno de los camarotes, tu hermana en la cama de arriba del de enfrente y tus padres abajo. Entre sueño y sueño, te asomas a mirar asombrado por la ventana cada uno de los cuatro países y tres fronteras que atravesará el ferrocaril en su andar.
Observa cómo partes al anochecer desde la estación Friedrichstraße de Berlin, y vas atravesando de noche por las estaciones de Magdeburg, Hannover, Dortmund y Köln, amaneciendo al día siguiente entre Aachen y Bruselas, y arribando en la mañana a Gare du Nord en Paris. Sientes la fascinación de oír un nuevo idioma, que sobrepasa con creces el asombro que habías imaginado al partir. En cada estación del metro que recorres durante esos días se te queda grabada la palabra "Sortie" (Salida), como la primera de tu escaso vocabulario en francés.
Las plazas y veredas, llenas de árboles y mercados navideños, bullen de gente y el invierno francés paradojalmente se muestra cargado del calor propio de los ajetreos callejeros de fin de año. ¿Recuerdas que alojaste durante estos días de vacaciones en la casa de un famoso pintor en el barrio latino, cuyo hijo Pietro tenía un gran piano donde fuiste testigo del nacimiento de tu hermana como futura creadora musical?
A esa edad te encantaba dibujar las torres más altas del mundo y tus preferidas eran una que estaba en Moscú, otra en Toronto, otra en Berlín, pero sobretodo la Torre Eiffel de Paris, la misma que de pronto te tomó por sorpresa, sin previo aviso, al aparecerse por una pequeña ventanilla subiendo la escalera de caracol de la iglesia de Notre Dame.
Y entonces ahora vuelve a imaginar como, un día cualquiera de esos, al anochecer, caminas de la mano de tus padres y tu hermana hacia el este por Rue de Buci, sigues por Rue Saint-André-Des-Arts, tomas Rue Danton a la izquierda una cuadra hasta doblar a la derecha por Quai-Saint-Michel, orillando el Sena. Luego cruzas de nuevo a la izquierda por Petit Pont y de pronto te encuentras inmerso en una multitud de gente -franceses, europeos del este y del oeste, africanos, latinoamericanos- frente a una Notre Dame iluminada.
Te subes en los hombros de tu padre y, en medio de todo, se te aparece Chile al oir la voz de una gringa (que canta parecido a como tu madre canta "We shall overcome") dando gracias a la vida. |