Te recordaré.
Sonreías en el patio
de las tardes felices
y alguna vez tus voces escuchaba
hablando del misterio y de la tierra.
Destellos verdiblancos
de tus hojas arrancaba el sol
y era gozozo mirarte...
Se elevaba tu alma vegetal
menoscabada.
Y acaricié tus brazos uno a uno
mientras brotabas.
Cada hoja era una semana,
cada rama, un mes,
cada tramo de tu tronco,
un año de mi vida.
Y nadie se dio cuenta
cuando tu verdiblanco
se nos volvió topacio en las entrañas.
Traté de curarte:
extraña es la química
para quien decide morir.
Hoy, toqué tus hojas
sin sangre,
miré el color ausente
y sentí una pena antigua
brotar desde mi vientre.
De pie, ver tu agonía
transmutada
en mi tristeza,
cortó con un soplido
helado
mi recuerdo y su tibieza.
Si tu lozanía
mis lágrimas recuperar
pudieran,
lloraría un llanto
de agua lejana
con ecos de vocinglería
de niños,
mis hijos,
retoños que maduraron
a fuerza de sobrevivir
la vigilia que es la vida.
Pero hoy también decidí creer
que nunca vas a morirte:
porque si hay
caballos y perros en el cielo,
si hay campos y jardines,
y allá está todo lo que fue ternura,
allá estarás
recortando tu esbeltez
entre las nubes,
verdiblanco pino del jardin
de mi casa...
.