Si la fama de García Márquez, Vargas Llosa, Isabel Allende, Neruda, Borges y toda la constelación de inmortales de las letras, hubiese dependido o dependiera del voto de sus congéneres literarios, muchos de ellos habrían incursionado en una enorme variedad de estilos para ganarse las prebendas de los suyos, a su vez, habrían sido complacientes al comentar sus obras, los habrían ensalzado con largueza y si de todos modos, la retribución hubiese sido muy mezquina, algunos habrían derivado en amargados escritores “uneadores” de joyas literarias y habrían terminado siendo expulsados de tal cofradía, siendo sepultada para siempre su carrera literaria.

Esto mismo sucede en este microcosmos denominado La Página de los Cuentos. Acaso todos o la gran mayoría, ansía la notoriedad y el pretencioso deseo de lograr la consagración en el ámbito de las letras. Pero son pocos los que lo reconocen, nos disculpamos casi, al decir que es nuestra manera de volcar una inquietud, que nuestro fin no es otro que dar a conocer nuestra humilde labor sin más ánimo que conocer a otras personas con el mismo afán.

Y nos topamos con un grupo mayúsculo de gente que da a conocer lo suyo y nos invita a que los leamos y, a veces, o casi siempre, nos sentimos agredidos por tanta desfachatez, siendo que tales personas intentan lo mismo que queremos todos: que nos lean, que se nos reconozca y, ¿por qué no decirlo?, que cualquier día se aparezca el mecenas generoso que patrocine nuestras obras.

¿Y con que nos encontramos, a cambio? Con seres que, motivados por oscuros e indescifrables motivos o acaso por la ramplonería más absoluta y la maldad más artera, nos atacan con tanta saña, que incluso llegamos a pensar que el tipo es casi pariente nuestro, ya que sólo eso le otorgaría tanto conocimiento y desparpajo para insultarnos, no porque lo mereciéramos, sino porque sólo la ligazón de la sangre puede otorgar tanta autoridad y fineza en los detalles.

Reconozco que no soy un gran lector de la obra de mis colegas y sólo leo a los que me interesan. Desde ahora, para liberar mi conciencia, declaro que mis escasas visitas a los textos de algunos cuenteros, no conlleva de ningún modo el deseo solapado de que me devuelvan la visita. Hagan cuenta que esto es sólo una gran bodega en donde guardo lo mío y si desean, pueden desempolvar lo empolvado, asear un poco por acá y sacudir otro poco por allá. Acá sólo impera el silencio y ojalá que quienes ingresen, sepan respetarlo...